viernes, 8 de enero de 2016
LO QUE EXPRESAN LAS RELIGIONES - MARTHA GRANES
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Es un dato aceptado que en todas las épocas los
pueblos han tenido religión, y que a lo largo de su
historia la han cambiado, no solamente por imposición
de algún conquistador, sino por su propia necesidad
de adaptarse a nuevas formas de vida. Es un
fenómeno común en los colectivos humanos.
Antropólogos e historiadores de la religión están
de acuerdo en que podemos detectar, en todos los
pueblos, religiones pertenecientes a tres tipos de culturas:
la de las sociedades de cazadores-recolectores,
la de los agricultores y la de los ganaderos.
La primera pertenece a la época en la que los
humanos vivíamos de la caza, aproximadamente desde
los homínidos superiores hasta cuando por la disminución
de la caza se tuvo que recurrir a la agricultura
para sobrevivir, lo que en algunos lugares sucedió
tempranamente, a partir del 5.000 a.e.c. y ha durado
hasta la época actual.
En ambas sociedades la religión era transmitida
en relatos mitológicos cuya función era doble: por un
lado explicaban cómo era el mundo y cómo los humanos
debían actuar en él (ésa era la función principal
del mito: programar al colectivo); y por otro lado,
esos relatos servían también para dar forma a lo que
está más allá del mundo humano. Los mitos permitían
poder concebir, de manera adecuada a la sobrevivencia
del grupo, tanto lo humano como lo sagrado; daban
a las mentes humanas una visión acorde con una
forma de vivir. Los mitos ordenaban la forma de vivir
y eran el patrón para la construcción de su sociedad.
Por ejemplo, los mitos y rituales de los cazadores les
servían para poder ver el mundo de manera adecuada
a la caza y ser así más eficaces en la sobrevivencia
colectiva. Esa mitología se fue forjando poco a poco,
por tanteo y error, hasta dar con el formato definitivo.
Lo mismo podemos decir de los pueblos agrícolas.
Esa mitología que daba forma al mundo humano
y a lo que se escapa de las dimensiones humanas, lo
sagrado, se creía venida del cielo, de los antepasados,
de los dioses. Con ello los mitos, y los rituales ligados
a ellos (la religión), que son creación lenta de los
pueblos a lo largo de miles de años, se tornaron intocables,
fijados y por tanto eternos. Ello fue posible
porque los pueblos no tuvieron conciencia del largo
proceso de su creación. Nuestra situación es diferente,
ahora sabemos que las mitologías son productos
culturales para facilitar la vida a las sociedades y
también para orientar la búsqueda de lo sagrado.
Los estudiosos están de acuerdo en que el cambio
de religión al pasar de vivir de la caza a vivir de la
agricultura supuso una gran ruptura en la manera de
ver al mundo y lo sagrado. El cambio de una sociedad
a otra fue relativamente rápido, mientras que el cambio
de mitología requería más tiempo. Vivir de la caza
implicaba una forma de ver el mundo, de sentirlo y de
actuar en él. El mundo de los cazadores tenía su forma
de organización, de familia, de educación, tenía un
cuerpo simbólico propio adecuado a su cultura, tenía
su interpretación de lo sagrado, sus rituales. Todo ello
explicaba su mundo y la relación de los individuos con
él. Y de repente deja de ser significativo, no adecuado
a la nueva la realidad ligada a la agricultura.
Abandonar la caza para dedicarse al cultivo supuso
el derrumbe de todo un mundo. Obligó a cambios
drásticos en las relaciones interhumanas, en la manera
de ver la realidad, que afectaron también a la manera
de interpretar lo sagrado y consecuentemente a los
rituales. Es fácil imaginarse el gran desconcierto que
supuso para esos pobladores, nuestros antepasados,
darse cuenta de que la cultura heredada, los valores
de sus ancestros, lo transmitido por ellos, incluida la
religión, dejaba de tener significado, de ser orientadores
en su quehacer, en su vida.
Hagamos una pequeña descripción del cambio
vivido respecto a lo sagrado en ese tránsito. En la
sociedad cazadora la vida venía de matar y comer los
animales cazados. Si de ellos dependía la sobrevivencia,
ello quería decir que la vida estaba en ellos,
eran sagrados. Todo en su mundo tenía relación con
la supervivencia del grupo, así, toda la realidad era
igualmente sagrada. Ello quedaba confirmado por la
falta de jerarquía dentro de la organización grupal.
Pero cuando nuestros antepasados pasaron a alimentarse
de productos cultivados, la organización
Marta GRANéS
Directora de Estudios del CETR
Barcelona, Cataluña, España
Lo que expresan las religiones y no muere con ellas
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colectiva dejó de ser familiar, el mando se concentró
en una persona mientras los demás sólo debían obedecer.
Como decimos, los mitos estaban configurados
por la forma de vida del grupo; por eso lo sagrado en
los pueblos agrícolas también tuvo que verse como
concentrado en una entidad, en una especie de superindividuo.
Su religión cambió. Dejaron de ver lo sagrado
embebiendo toda la realidad a su alrededor, para
pasar a situarlo alejado de este mundo: en el cielo.
El cambio respecto a lo sagrado fue total, lo sagrado
se desplazó al cielo y desde allí ordenaría lo
terrestre. Lo sagrado se vuelve ajeno, lejano, extraño
a los humanos por lo que va a resultar necesario, por
primera vez en la historia, la ayuda de intermediarios
para interpretar la voluntad divina. Las sociedades
agrícolas se organizarán jerárquicamente como en una
pirámide de poder; en su vértice superior se sitúa el
rey, cuyo poder vendría directamente del cielo, y a
través de él se iría expandiendo por toda la pirámide
jerárquica. Todos participarían de lo sagrado mediante
la obediencia a sus superiores jerárquicos. Los rituales
que acompañaban a la nueva mitología tuvieron también
que cambiar para adecuarse a ella.
Algunos pueblos, terminada la época de la caza,
pasaron a vivir del cuidado de los rebaños. Para ellos
también hubo transformación en la manera de ver
la realidad, de coordinarse entre los miembros, y de
concebir lo sagrado. Sus sociedades se estructuraban
tribalmente, por lo que para ellos lo sagrado se
conectó con los antepasados y profetas. Como su
supervivencia dependía de mantener y reproducir el
ganado, ellos veían la muerte como una amenaza. La
vida estaba enfrentada a la muerte. Esta concepción
se reflejó en su mitología, lo sagrado; lo superior se
interpretó como dividido en dos: una divinidad buena,
que propiciaba la vida, y otra mala, que ocasionaba
la muerte; las dos siempre en lucha, en una confrontación
que no se libraba en el cielo sino en la tierra.
Aquí también podemos imaginar lo que supuso que lo
sagrado pasara, de estar en todo, como en el caso de
los cazadores, a que se encarnara en la lucha de dos
principios enfrentados en el seno de la historia.
El estudio nos lleva a descubrir que todas las maneras
de interpretar lo sagrado están condicionadas
por las formas humanas de sobrevivir. Éstas moldean
por completo la visión de la realidad. La religión no
escapa a esa condición. Las religiones, como conjunto
de mitología y rituales, son las formas de interpretar
lo sagrado en las sociedades preindustriales. Las
religiones están, pues, ligadas a unas determinadas
formas de vivir preindustriales y si éstas cambian, van
a hacer cambiar también a las formas religiosas.
Echando un vistazo a nuestra historia podemos
constatar que la religión ha sido una constante, aunque
sus formas hayan variado. Ello nos lleva a poder
decir que en los humanos se da la capacidad de sospechar
que la realidad que nos rodea y también las
personas remiten a «algo» más allá de ellas mismas.
Nuestros antepasados interpretaron ese «algo» según
la cultura que les tocó vivir. Las formas que las diversas
culturas le han dado son diferentes, pero lo que
hay de común en todas ellas es que manifiestan la
capacidad propiamente humana de poder tener noticia
de esa dimensión que está más allá de toda forma
cultural, pero que está modelada por ella.
Todo ello nos lleva a concluir que si los cambios
que nos ha tocado vivir son los propios de un cambio
de cultura, éste acarreará una transformación en la
forma de vivir, de ver la realidad y también de interpretar
lo sagrado. Igual que a nuestros parientes lejanos,
esta nueva situación cultural nos va a suponer
una transformación dolorosa e incómoda a la vez que
inevitable. Pero hoy tenemos una ventaja respecto a
ellos: la de saber que somos nosotros mismos quienes
debemos resolver el vacío en el que nos está dejando
el fin de la cultura preindustrial; nadie desde fuera
vendrá a socorrernos. Ahora sabemos que las religiones
son una construcción humana condicionada por la
cultura de un momento histórico, y que por ello cuando
hay cambio de cultura grave se dará un cambio en
la religión.
Las formas religiosas del pasado iban ligadas a
mitos y rituales, y hoy esos mitos están volviéndose
opacos, leídos desde nuestra cultura cada vez menos
agrícola, menos ganadera a la manera preindustrial,
menos jerárquica, menos autoritaria. No es que nos
hayamos vuelto peores que nuestros antepasados, es
que nuestro lenguaje y el de las mitologías pertenecen
a culturas diferentes. Pero deberemos tener la
precaución de no descuidar hoy de aquella «dimensión
espiritual» que sobrepasa a toda expresión cultural
humana, aquello que nuestros antepasados llamaron
Dios. Olvidarnos de ella sería quedarnos atrapados en
la pura animalidad.
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