El poder de una protagonista
La oración de las personas excluidas (Lc 18,1-8)
Ivoni Richter
El artículo analiza el texto de Lucas 18,1-8, cuyo tema es la
necesidad de la perseverancia en la oración. Se rescata a la mujer viuda como
la protagonista de la oración que le agrada a Dios: acción incansable en la
búsqueda de la realización del derecho y de la justicia. Esa espiritualidad
“agresiva” que se nos lega hace parte de nuestro poder, siendo sinónimo de la
fe que Jesucristo quiere encontrar en el Día del Juicio.
The article analyses the text of Luke 18:1-8, whose theme is the
necessity of persistence in prayer. The woman, a widow, is seen as protagonist
of the prayer that pleases God: untiring action in the search for right and
justice. This agressive spirituality is bequeathed to us and is seen as being
part of our power, being identified with the faith that Jesus Christ wishes
to encounter in the Day of Judgement.
Tenemos una herencia que nos legó el evangelio. Esta herencia es
nuestro poder1. Pero ¿conocemos nuestra herencia? ¿cómo dejar que el poder
libere y produzca frutos agradables y necesarios? Intentando rescatar un poco
de esta herencia, trabajé la parábola de la viuda consciente y decididamente
impertinente.
La temática principal es la perseverancia, extendida también a la
oración. Oración vinculada y entendida como acción. Acción de mujer. Acción
que se vuelve ejemplo de oración agradable a Dios. Esta parábola se encuentra
escrita en Lucas 18,1-8. Veamos la traducción:
1 El les contó
una parábola sobre la necesidad de orar siempre y de no desanimarse,
2 diciendo: En una cierta ciudad había un juez que no temía a Dios y no respetaba a las personas. 3 Pero en aquella ciudad también había una viuda y ella vino a él, diciendo: ¡Hazme justicia contra mi adversario! 4 Y durante un tiempo él no quiso (atenderla). Pero después dijo a sí mismo: Aunque no temo a Dios y no respeto a las personas, 5 le realizaré su derecho a esta viuda, por el hecho de causarme mucho trabajo, para que al fin de cuentas ella no venga a golpearme en el rostro. 6 Entonces dijo al Señor: ¡Oíd lo que dice el juez de la injusticia! 7 Pero ¿será que Dios no realizará el derecho de las personas que él eligió, que a él claman día y noche, una vez que él tiene paciencia para con ellas? 8 Os digo que súbitamente él les hará justicia. pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿será que él encontrará la fe sobre la tierra?
Esta parábola de la viuda que lucha por su derecho es algo propio de
Lucas. No se encuentra en los otros evangelios. La discusión de la crítica
literaria sobre cuál debería ser la parábola original es extensa. La perícopa
la podemos dividir básicamente en dos partes: parábola de Jesús (v. 2-5) y
marco (v. 1.6-8), constatando que Lc 18,1 es una introducción de Lucas.
Los v. 6-8 presentan la interpretación de la parábola por Jesús, según
Lucas. Aunque hagamos esta división, es importante tomar la perícopa como una
unidad, pues el tema de v. 2-5 está intrínsecamente unido con los demás. Los
títulos “Señor” e “Hijo del Hombre”, que tienen dimensión escatológica,
apuntan hacia el trabajo redaccional de Lucas. Es importante percibir que el
evangelista puede acoger y trabajar la parábola para aplicarla a la situación
de su(s) comunidad(es).
Mi objetivo es leer y reconstruir esta historia a partir de la
situación de injusticia reinante. Quiero ver si ella nos puede dar impulsos
que liberan y fortalecen. Impulsos que dan fuerza a las personas en su
dedicación necesaria y consciente. Impulsos que pueden animar para una
constante y vital oración, para la realización del derecho y de la justicia.
Al final, también haré algunas reflexiones críticas a partir de nuestra
realidad.
Lc 18,1-8 nos presenta una de las tantas lindas parábolas de Jesús.
Lucas nos da el motivo de la misma en el v. 1: es necesario orar
incesantemente, y no volverse “floja” en esto. A continuación se presenta a
dos personajes: un juez y una viuda. El y ella se encuentran en la misma
ciudad. El juez, sin embargo, está muy bien caracterizado en dos sentidos:
primero se dice que “él no teme a Dios” y que “él no respeta a nadie”
(18,2.4). Después se lo califica de “juez de la injusticia” (18,6). Las dos
primeras características se encuentran dos veces en la parábola, lo cual
realza su significado (18,2-5): la primera, como presentación del juez y la
segunda como auto-comprensión de él mismo. Jesús el Kyrios, usa
la expresión “juez de la injusticia”, en la interpretación de la parábola
(18,6). Por ello, puede ser, que esta expresión contenga o resuma las dos
características primeras. El juez está descrito con precisión. Sobre la
viuda, sin embargo, no se nos da ninguna información. ¡Se nos presenta su
acción y su palabra! Pienso, que la caracterización del juez sirve para
resaltar que no le será fácil a la viuda presentar su causa. Y más difícil
todavía será que le atienda.
“Hágame justicia contra mi adversario”
Esto dice la viuda. Estas son sus palabras. Esta pequeña frase nos
presenta su vida. Esta frase contiene experiencia. Y su vida está preservada
eternamente en esta frase. Una reconstrucción de su situación de vida parte
de esta frase. A través de ella, sabemos que tenía algún problema de derecho
con alguien. Ella no podía resolver ese problema por sus propios medios. Por
eso, lo presenta a la “autoridad competente”, en este caso, al juez.
Es difícil saber cuál era el problema de la viuda referente al
derecho. Para aproximarnos al problema, será necesario preguntarnos por los
derechos de las mujeres tanto en el matrimonio cuanto en general. Podría
tratarse sobre un derecho de Kethuba, que se le niega: una suma de dinero
prescrita en el contrato de matrimonio y que debía pagársele en caso de
divorcio o por la muerte del marido. Podría tratarse también de un derecho de
levirato: casarse con un cuñado para garantizar hijos al marido muerto.
También podría ser que ella tuviera pendiente recibir una cantidad de dinero
no relacionado con su matrimonio (préstamo, hipoteca, venta o compra de algún
bien o propiedad)2. Lo importante en todo esto es que, sola no consigue hacer
respetar sus derechos. Su derecho no está en sus manos.
El derecho no se realiza en cuanto derecho por sí solo. Por eso, ella
describe a la persona que le niega su derecho como “enemigo de proceso”, como
“adversario”. Por eso ella se dirige al juez. Le pide que la ayude para
alcanzar su derecho.
Ella reemprende muchas veces el camino hasta el juez y el de su
“petición”. Esto es lo que refleja el imperfecto griego ércheto
“venía”, “vino”.
Ella expresa su pedido muchas veces, repetidas veces, incansablemente.
En esto, pues, ella no era “floja”. Y es por esto que la parábola la propone
como ejemplo para la oración. ¡Ella no desistió, no se desanimó, porque su
vida dependía de su derecho!
La situación de vida y el actuar de esta viuda no presentan un caso
aislado en la antigüedad. Con su ejemplo, la parábola condensa la experiencia
de muchas viudas, las cuales, conforme la tradición veterotestamentaria,
tantas veces están expuestas a la injusticia y a la no realización de sus
derechos. La parábola de Jesús asume positivamente la experiencia de esta
viuda que lucha por su derecho, y lo conquista. Con esto, la parábola quiere
estimular y animar a las personas creyentes a la oración activa y continua en
medio de los sufrimientos de la vida. Por lo tanto, la parábola refleja la
situación de vida de las viudas que, muchas veces, tuvieron que levantarse e imponerse
para garantizar sus derechos.
Durante mucho tiempo…
…el juez no quiso oír a la viuda ni ayudarla para conseguir sus
derechos. Este “no-querer” tiene que ver con la caracterización del juez. Da
a entender por qué se lo llama “juez de la injusticia” (que no teme a Dios,
ni respeta a las personas). El representa la figura opuesta al juez de la
justicia, al juez justo. Este, conforme a la tradición de la Biblia hebrea,
debe oír y apoyar justamente a las viudas y a los huérfanos. Pero este juez
de Lc 18 no representa un caso aislado. Es lo que atestiguan algunas
afirmaciones judías sobre los jueces injustos3. La parábola, por lo tanto, no
presenta la realidad como un ideal, sino más bien, como es: dura e injusta
para la gran mayoría, principalmente para las mujeres y los niños. No todo es
como debería ser, como consta en la ley. Esta frase sobre el no-querer del
juez se refiere probablemente, no solo a la experiencia de aquella viuda,
sino tal vez también, a situaciones de la vida de las personas creyentes en
el tiempo en que Lucas escribió su evangelio. Pues ellas, por causa de su fe,
estaban expuestas a peligros y persecuciones, que Jesús ya les había
anunciado (Lc 21,7ss). También ellas son personas excluidas de sus derechos.
Una bofetada en la cara… desenmascaramientos
Si el juzgar del juez no se basaba en el derecho y la justicia, sino
en soborno y corrupción, ¿por qué él, al fin de cuentas, terminó cediendo? La
parábola es clara en su afirmación: “como esta viuda me da trabajo, le haré
justicia/derecho, para que ella, al fin, no me golpee en el rostro” (18,5).
Las traducciones amenizan la figura que tenemos aquí, usando verbos como
“aborrecer”, “importunar” tanto en relación al “causar trabajo” cuanto al
“golpear en el rostro”. Esto suaviza demasiado el sentido original, todavía
más cuando las interpretaciones resaltan la función de la viuda, diciendo que
ella haría esto “por desesperación”, o que ella estaría “agotando su
paciencia” (se debe observar que tales interpretaciones son despreciativas).
Las palabras usadas en el v. 5 evidencian que el juez termina
cediendo, porque la viuda le causa mucho trabajo, fatiga estresante (kópos).
Su “buena vida”, que se basa en su postura de desprecio a las causas que se
le presentan, se terminó. Con la viuda, de repente, él está enfrentado con
alguien que le da trabajo, le quita la tranquilidad. La perspectiva para el
juez no es de las mejores: El teme que –en caso de no hacer nada para
asegurar el derecho de la viuda– ella llegaría a golpearle el rostro, a abofetearlo.
El significado correcto de esto quiere decir que él podría llevarse una buena
golpiza, físicamente. En un sentido más amplio esto también significaría, que
la viuda podría inclusive desenmascararlo públicamente4.
El miedo patriarcal a la bofetada de la mujer
¿Violencia? Depende de la perspectiva. Aquí es importante entender la
historia y la afirmación de 18,5 dentro de su contexto y del nuestro. A
partir de las traducciones no es posible percibir la picardía especial que
ahí está presente, la cual también podría desenmascarar otros textos
neotestamentarios como androcéntricos (por ejemplo Mt 5,39-41)5. Ahora bien,
en las sociedades machistas, hace parte de la auto-comprensión patriarcal que
es “normal” y “natural” el hecho de que se les pegue a mujeres y niños e
incluso sean golpeados. Puede ser que esté superada la idea de la educación
con la vara o golpeando la palma de la mano como medio útil y necesario para
que los niños “aprendan a obedecer”. Sin embargo, también esto hace parte de
nuestra historia, continúa siendo parte de la historia de la mayoría de los
niños, y peor aún: de una gran mayoría de mujeres de nuestra sociedad. La
reacción “normal” de la mayoría de nuestra población ante el hecho de que una
mujer sea golpeada por su marido es de que ella le debe haber “hecho una
buena faena” a él. Ella debe haber provocado al marido para que se dé esa
“reacción”.
En tiempo de Jesús no era diferente. Diferente era y es cuando la
mujer golpea, da una bofetada a alguien. Es esto exactamente lo que se dice
en Lc 18,5. El término griego hypopiadzein significa una
tremenda bofetada debajo de los ojos, lo que deja aquella marca morada
característica y revela al público que la persona portadora de esta mancha
recibió una bofetada. El juez tenía miedo de esto, de llevarse una tal
bofetada de aquella viuda. El texto alude a la posibilidad de admitirse que
la viuda lo hiciera. Pues también esto no sería un caso aislado en aquel
tiempo6. De cualquier modo esto llama la atención, saltando a la vista. Al
fin, ella demostró tener mucha paciencia para con el juez. ¿Hasta cuándo
durará esta paciencia?, ni el mismo juez lo sabía. Por esto, antes de
“estropear su cara” resolvió atender el pedido de la viuda.
Lo que más llama la atención, sin embargo, es la interpretación de
este pasaje. Cuando los exégetas toman en serio la posibilidad de que el juez
se llevara una paliza pública de la viuda, ridiculizan a la mujer. La mujer
estaría traspasando los límites sociales del “buen” comportamiento, estaría
portándose de forma “agresiva” y “violenta”. En la tentativa de amenizar la
afirmación del texto de que las mujeres son capaces de practicar resistencia
también en forma de bofetadas, los exégetas muchas veces interpretan este
texto como “sarcasmo” del juez7, sin tomar en serio por lo tanto, que el
sarcasmo era y es una realidad sexista experimentada por las mujeres que se
comportan de forma diferente e insistente. Cuando la mujer golpea, toda la
sociedad, inclusive la iglesia, reacciona…
¿Humildad o humillación?
Nuestro texto evidencia que el juez se percató de que esta bofetada
podría darse y se quedó con miedo, visto que la viuda ya demostró que no
desistiría de su propósito. El actuar de la viuda se vio públicamente,
causando inclusive un ambiente público sensacional. Pues tal comporta-miento
no puede pasar desapercibido. Ella se dirige al encuentro del juez con paso
firme y con palabras incontenibles. Y en esto ella no llega a ser tan
humilde, como lo quisieran muchos exégetas y teólogos… Pienso que aquí no se
trata de la humildad de una viuda que busca su derecho. Se trata, al
contrario, de una acción consciente y decidida de una mujer doblemente
humillada. Esto se demuestra en el hecho de que ella a) experimenta que un
hombre le causa injusticia en su vida y que b) su derecho, en el camino de la
legalidad, le ha sido negado durante mucho tiempo.
A través del hecho con que ella hace pública esta injusticia y
humillación, la viuda simultáneamente revela las condiciones y el (des)orden
de una sociedad patriarcal, en la cual la mujer tiene derecho de vida
solamente en relación –¡y en relaciones de dependencia!– a un hombre. Con su
actitud consciente, ella interrumpe esta situación, ¡exactamente cuando ella
lucha por su derecho como mujer! Así ella muestra, que conoce su derecho. Y
nos muestra que este es el presupuesto para la lucha en favor del derecho y
la justicia. Además, la imagen de esta viuda no corresponde absolutamente con
la imagen antijudaica sobre las mujeres, que hombres y mujeres cristianos
presentan en la religión, la sociedad y la cultura.
Paciencia y justicia de Dios
En su interpretación de la parábola, Jesús entra, a partir del ejemplo
de la viuda, en otro nivel. El relaciona esta parábola con Dios y las
personas creyentes. Pero en esta interpretación, él no realza el actuar de la
viuda, sino la afirmación del juez injusto, para quien, ¡justamente la acción
de la viuda está presupuesta! Aquí se usa un imperativo: “¡oigan lo que dice
el juez de la injusticia!” (18,6) ¿Por qué las personas creyentes deben
escuchar sus palabras, si la siguiente frase comienza con un “pero”? Yo
pienso que al Jesús lucano le interesa hacer que las personas creyentes
reflexionen. Percibo esto cuando él hace una contraposición entre el juez y
Dios. “¿Pero será que Dios no hará justicia a las personas elegidas, que le
invocan día y noche, viendo que él tiene paciencia con ellas?” (18,7).
“El tiene paciencia con ellas”, es la frase indicativa principal. Y
esta afirmación es central para la comprensión de toda la parábola. Aquí no
se trata, a mi modo de ver, de una simple comparación o hasta equiparación
entre el actuar de Dios o el actuar del juez injusto. Tampoco se trata de una
conclusión que parte de menor para mayor, en el sentido “si el juez injusto
ya lo hace, mucho más lo hará Dios”. Lo importante es ver ¡por qué
motivo ellos lo hacen! ¿Qué les motiva, les impulsa a hacer justicia
a las personas excluidas?
Para el juez de la parábola es el miedo de que la viuda, a través de
la insistencia que le causa tanto trabajo, incluso aún, la posibilidad de que
le hiciese pasar vergüenza, desenmascarándolo públicamente. En esto, él no
muestra ninguna señal de compasión o de justicia. Muestra solamente su
preocupación para consigo mismo, para con su posición.Mientras ella
(re)clama, se dice de él: “y él no quiso durante mucho tiempo”. No es la
situación de la viuda, sino el hecho de su propia posición y reputación
social que está en peligro, lo que le lleva a hacer aquello que, en sí, él
debería hacerlo por el cargo que ocupa.
Respecto a Dios se dice algo muy diferente, y esto también en una
frase principal muy corta: “él tiene paciencia con ellas (las personas
elegidas)”. Esta frase es la clave para la interpretación. Aquí no se hace
ninguna afirmación sobre el hecho de que Dios va a salvarlas “aunque él tarde
en hacerlo”, como se ve y presupone en muchas traducciones e interpretaciones.
Si así fuese, entonces Dios mal se diferenciaría del juez injusto, el cual
arbitrariamente deja que el clamor de las personas excluidas quede vagando
indefinidamente. Aquí no se quiere acentuar que Dios se retarda en
intervenir. Aquí se afirma algo sobre el ser, sobre la esencia de Dios. Y
junto con esto se habla también del motivo que lleva a Dios a actuar. La
expresión “tener paciencia con alguien”, “ser paciente” nada tiene que ver
con las comprensiones actuales y las posturas pasivas, en las cuales yo
simplemente espero por aquello que puede suceder, o donde yo simplemente
quedo asintiendo lo que otras personas hacen de equivocado, y yo apuesto
entonces por una “mejora”.
Relacionado con Dios, el verbo makrothymein “tener
paciencia”, “ser paciente”, significa su relación con las personas, su acción
junto a ellas. “Tener paciencia”, incluye también la misericordia de
Dios para con quien lo invoca y le presenta su clamor, pues “¡él quiere que
nadie se pierda!” (2 Pe 3,9). Pero este actuar paciente y misericordioso de
Dios, significa su ira en relación a las personas que causan sufrimiento a
otras persona a través de la falta de misericordia (Mt 18,26ss). Aquí viene a
flote nuevamente el hecho de que Dios toma partido a favor de las personas excluidas.
¡Dios hará que el derecho y la justicia se hagan realidad, y esto a partir de
su misericordia! Esto significa simultáneamente el juicio de aquellas
personas que tienen endurecido su corazón, que no se convierten y que, en
situaciones de injusticia, causan mucho sufrimiento e injusticia (Rm 2,4-10).
Esta paciencia de Dios, llena de misericordia y relacionada también con el
juicio, pertenece a la tradición bíblica (Ex 34,6ss; Sal 7,12; Jr 15,15; Si
35 y otros). Esta paciencia, por lo tanto, es característica de Dios: Dios
es, por así decirlo, contrapuesto, como juez paciente/misericordioso, al juez
injusto.
La impertinencia de la viuda como ejemplo de fe esperada por Jesús
Jesús mismo promete (légo hymin) que Dios hará
justicia a las personas elegidas, y esto viene repentinamente, viene
inesperadamente (18,8). Podría preguntar espontáneamente: ¿Sí, pero cuándo
finalmente? Con este versículo, la parábola se inserta en la esperanza
escatológica, cuando se la une con la venida del Hijo del Hombre. Lc 17, 20ss
habla de esta esperanza: “vendrá el tiempo, en el cual desearán ver uno de
los días del Hijo del Hombre”, “como un relámpago… así será el Hijo del
Hombre en su día”. Las personas creyentes se asemejan a la viuda que clama
por justicia, las cuales están expuestas a situaciones de injusticia y
persecución. En medio del sufrimiento y en situaciones sin salida, ellas
sienten añoranza del día en que vendrá el Hijo del Hombre.
El hacer la justicia de Dios está unido con esta venida, la cual
simultáneamente significa la gracia y el juicio. Las personas excluidas y
marginadas, a las cuales Dios escoge por causa de su misericordia, sienten
añoranza del Hijo del Hombre como Salvador y justo juez, en oposición a
situaciones y jueces injustos experimentados diariamente. Pero la parábola
las desafía a no permanecer en esta nostalgia, y las anima a la oración
activa y persistente, pues como dice un dicho judío: “así como un trinche
mueve el trigo en la era de un lugar para otro, así la oración de las
personas justas moverán los pensamientos de Dios de la severidad a la
compasión/misericordia”9. Pero ahí nos viene la pregunta: ¿será que todavía
existe una fe así, esperada por Dios?
Esta es la pregunta problematizante que el Jesús lucano, en la
interpretación de la parábola, lanza a las personas creyentes. El Hijo del
Hombre vendrá, muy repentinamente, “¿pero hallará fe en la tierra?” La fe es
la respuesta afirmativa que las personas dan a Dios para que se realice su
acción salvífica, liberadora, sus promesas, su voluntad en la tierra y en el
cielo. Por esto, la fe es también fidelidad a él. Y esto presupone confianza
y certeza, aunque o justamente cuando parece que Dios está ausente de nuestra
vida, de nuestro mundo. Yo pienso que la aparente ausencia de Dios puede
hacer que nosotros con libertad, decisión y responsabilidad, nos impliquemos
en la realización del derecho y la justicia en la tierra y simultáneamente
podamos orar insistentemente por el Reino de Dios. ¡Pues nosotros queremos
una presencia total y actual de Dios entre nosotros! La fe, a la cual Jesús
se refiere aquí, es sinónimo con la postura y acción de la viuda que, en una
situación injusta, en la cual la ausencia de Dios parece estar tan presente,
se implica de manera total, convincente e incansable por su causa y alcanza
aquello que ella necesita y quiere. Con este ejemplo, Jesús evidencia que
la oración es acción activa (Lc 11,1-13). El presupuesto
para una oración tal es la certeza de que nosotros realmente necesitamos y
queremos aquello que pedimos. Esa necesidad y esa certeza hacen que siempre y
de manera incansable nos impliquemos y nos coloquemos en camino para hacer
que nuestro pedido/clamor sea oído y realizado.
La vida de las mujeres es ejemplo para Jesús
Jesús toma esta parábola, este ejemplo, de la vida de muchas mujeres.
¡Imaginémonos como esto puede haber influenciado positivamente también en la
vida de otras muchas mujeres! Pero en nuestra educación cristiana nos han
enseñado –principalmente a las mujeres– algo muy diferente de lo que esta
parábola enseña, a saber, que no está bien, ni es cristiano ni ético luchar
por mi propia causa, sino más bien, sólo por la causa de los otros. En caso
contrario, se podría pensar que yo estaría siendo muy egoísta, etc. Pero con
tal educación también se olvidó precisamente la segunda parte del mandamiento
del amor: ama a tu prójimo como a ti mismo…
Con esta parábola, se nos legó a las mujeres, una herencia que está
llena del poder de la persistencia, de levantarse contra situaciones dadas,
de resistencia y acción protagonista. Pero esta herencia, es muchas veces
ignorada. Nosotras conocemos nuestra herencia muy poco y desconocemos por
esto, un poder que se nos regaló, que tantas veces podría haber sido usado en
favor de la vida –también de la mía–. Pero… solamente conocer no soluciona
mucho, si no queremos dar los pasos necesarios e imprescindibles que implican
este (re)conocimiento, así como lo hizo aquella viuda.
Aquella viuda es una protagonista en sentido doble. Ella nos muestra
que necesitamos conocer nuestros derechos y entonces realizar los pasos
necesarios y correspondientes a la situación. En esto es importante percibir
especialmente también lo siguiente: una viuda que, a partir de la situación
en la cual se encuentra, debería psicológicamente estar totalmente
aniquilada, posee, aún en esta situación, la seguridad de
que todavía va a lograr su objetivo. Esta seguridad hace que ella no desista.
Esta seguridad crea constancia. En esto consiste, a mi modo de ver, su poder.
Ella no sólo apenas reacciones, ella no sólo opone resistencia en una
determinada situación, sino hace que la historia avance cualitativamente. El
implicarse crea transformaciones en tres sentidos o dimensiones: el juez –sea
cual fuera su motivo– cambia su actitud en relación a ella; la situación de
ella y ella misma se transforman en este proceso; ella hace posible o anima
para la transformación en la vida de otras personas, hasta el día de hoy.
El derecho alcanzado por la viuda se puede entender como señal del
Reino de Dios, como anticipación de su reinado. Ella puede sentir el gusto de
este Reino, pero no sin esfuerzo, seguridad y constancia. La postura y la
acción de la viuda son ejemplo para la oración que agrada a Dios. Esta
oración activa, subversiva y obstinada es sinónimo para la fe vivida en lo
cotidiano, en medio de las experiencias de sufrimiento y muerte. Viviendo
así, la promesa de la venida súbita del Hijo del Hombre no necesita volvernos
personas inseguras o asustarnos. Al contrario, ella nos puede capacitar y
autorizar para ayudar a otras personas excluidas en la realización de su
derecho y a incluirlas en nuestra oración. ¡Así también nuestra oración se
transforma en la oración de personas excluidas, justamente porque ellas
necesitan de la justicia de Dios!
¿Y la apatía y los derechos no realizados?
Pero, ¿qué sucede, cuando observo nuestra realidad y veo que la
postura de la mayoría de las personas excluidas no corresponde a la postura
de aquella viuda? Nuestra educación y nuestra historia represivas
transformaron nuestra mayoría en una masa manipulable, humillada y sumisa a
cualquier autoridad. El constante ser humillado, la humildad y la apatía que
surgen de esto son a veces tan grandes que muchas personas –principalmente
mujeres y niños– ni siquiera conocen o quieren conocer sus derechos. ¿No será
que esto ya puede ser una oración propia de las personas
excluidas, que hoy no tienen ya ni voz para pronunciarla? Cuando, calladas y
cabizbajas, esperan la buena voluntad y el favor de los que hoy poseen
(cargos de) autoridad, porque ya no logran expresar su voz y sus derechos.
¿Será que ya y sólo con esto no demuestran que ellas necesitan urgentemente
de la misericordia y de la justicia de Dios? ¿No será esta su oración
cotidiana que debería mover las entrañas de Dios y suscitar su intervención?
Es más: ¿cómo es que, cuando se levantan personas excluidas, aún
entonces, no pueden conquistar sus derechos, como tantas veces sucede? Doña
Erna, una mujer de 70 años, es uno de tantos ejemplos. Ella me dice: “Si Dios
no estuviese siempre conmigo, yo ya me habría dado por vencida hace mucho
tiempo. Pues de parte de otras personas no recibí ninguno de mis derechos”.
Doña Erna trabajó durante toda su vida y continúa trabajando. Perdió una hija
en un accidente. Durante años lucha por conseguir su jubilación. También ella
no es un caso aislado de injusticia en la historia de las jubilaciones en el
Brasil… Ella ya fue a todos los lugares oficiales, funcionarios, los testigos
fueron oídos, los documentos fueron entregados… Durante mucho tiempo ella
hizo este camino. Durante mucho tiempo ella clamó. Y los que ocupan cargos de
autoridad durante mucho tiempo no quisieron… Se gastó mucho tiempo, dinero y
energía mientras los había. ¿Fue todo en vano? No. Fue necesario todo esto
para que esta mujer hiciese un doloroso análisis de la situación que la llevó
al (re)conocimiento: “De parte de otras personas no recibí ninguno de mis
derechos”. Pero en esta frase no existe resignación. Ella simplemente refleja
la experiencia de la vida real de muchas personas, principalmente de mujeres.
A partir de su propia experiencia y del conocimiento de muchos otros casos
semejantes, Doña Erna tuvo que reflexionar y preguntar: “¿cómo pude soportar
todo esto y no desistir?” Y su respuesta es una respuesta teológica: “Dios estaba
y está conmigo”. Ella percibe la acción de Dios en el hecho de recibir
todavía fuerzas para sobrevivir. Y el derecho que Dios crea se concretiza
para ella, en la solidaridad y en el apoyo de otras personas, que le ayudan a
continuar viviendo.
Reconquistando fuerzas perdidas
Este ejemplo muestra que nuestra persistencia no siempre posee el
poder de transformar determinadas situaciones injustas y existentes. La vida,
por tanto, también nos da muchos anti-ejemplo de esta parábola. No siempre es
posible realizar el círculo hermenéutico Vida-Biblia-Vida. Algunas veces,
nuestra vida es muy diferente, y nos encontramos muy distantes de la
situación descrita en las historias bíblicas. Las mujeres excluidas pueden
identificarse con la situación injusta en la vida de aquella viuda. Esta es
la proximidad hermenéutica. Pero el derecho alcanzado y el camino para
alcanzarlo corresponden antes a la distancia hermenéutica en relación a esta
parábola. Doña Erna reconoció acertadamente que su derecho no alcanzado no es
“culpa” de Dios, sino que fue causado por el constante no querer de
diferentes “poderosos” que, como aquel juez, no temen a Dios ni respetan a
las personas.
A partir de esta parábola y de la vida de muchas personas excluidas se
hacen presentes muchas preguntas y desafíos. ¿Cómo es o está nuestra fe, y
nuestra oración? ¿Cómo son mis posturas y acciones en medio de situaciones de
sufrimiento y muerte? ¿Cómo reacciono, cuando experimento injusticia y no
alcanzo mi derecho? ¿Quiénes son, hoy, las personas y estructuras de poder
que niegan e impiden el derecho, y cómo estamos comprometidos en esto?
El poder de esta parábola consiste en animar a las personas a conocer
sus derechos y entonces a colocarse en camino con constancia y con pasos
firmes. Debemos apoderarnos de la fuerza de esta herencia, para que esta
fuerza pueda desdoblarse junto a personas para las cuales esta herencia ya se
perdió: mujeres, niños y hombres excluidos en sus derechos, entre ellos el
mayor que es el derecho de una vida digna. En primer lugar, esta herencia
debe reconquistarse para la vida. Ella debe volverse nuevamente viva.
Entonces puede transformarse en poder: puede colaborar para que personas
excluidas puedan reencontrar su autoestima y dignidad humana y que puedan
encontrar un Dios, para quien sus vidas no son indiferentes, porque Dios es
misericordiosamente paciente y justo. Por lo tanto, en base en esta parábola,
se puede readquirir una noción comprometida con el derecho a una vida digna,
una imagen de Dios como un juez justo que se relaciona con las personas que
lo buscan y una fe que no es conformista ni fatalista, sino activa, capaz de
oponer resistencia y de suscitar transformaciones.
La invitación animadora de la parábola es justamente la de vivir una
oración combativa e insistente. Y esta oración nos hace bien y también agrada
a Dios. Por esto Jesús eterniza la historia de aquella viuda, haciéndola un
ejemplo a seguir. Para que esta fe exista, cuando El venga…
Ivoni Richter Reimer
Alameda Alcides 102 Niterói - RJ 24230-120 Brasil
Notas
1 Este artículo
fue presentado, parcialmente, en el Simposio en homenaje a los sesenta años
de Luise Schottroff, en abril de 1994, en Kassel, Alemania. Agradezco a
Marlene Crüsemann y a Jürgen Ebach por sus reacciones a mi trabajo, algunas
de las cuales enriquecieron mi exégesis y mis reflexiones.
2 Véase al respecto Joachim Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús, Ediciones Cristiandad, España 1977, p. 371ss. 3 Véase ejemplos en Hermann L. Strack y Paul Billerbeck. Das Evangelium nach Markus, Lukas und Johannes und die Apostelgeschichte, erläutert aus Talmud und Midrasch, v. 2, München, 1983, 8ª edición, p. 239. 4 Konrad Weiss, en Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, v. 8, Stuttgart, W. Kohlhammer Verlag, 1969, p. 589. 5 A este respecto, Luise Schottroff, Lydias ungeduldige Schwestern - Femistische Sozialgeschichte des frühen Christentums, Gütersloh 1994, p. 170,173. 6 Berurja era una judía, profesora de la Torá. Un día dio un puntapié a un alumno que no había estudiado como debía hacerlo. Este “castigo” está dentro de la realidad educacional de aquel tiempo. Pero por el hecho de ser una mujer la que lo aplica, llama la atención de los estudiosos, como bien lo demuestra Luise Schottroff, idem, p. 174, con otros ejemplos. 7 Mayores detalles en Luise Schottroff, idem, p. 157. 8 Ejemplos sobre estos casos en Joachim Jeremías. Las Parábolas de Jesús, Editorial Verbo Divino, Estella 1986, p. 156-157. 9 Sukka 14: verifique Hermann L. Strack y Paul Billerback. Das Evangelium nach Mattäus erläutert aus Talmud und Midrasch. v. 1, München, 1986, 9ª edición, p. 454g. |
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martes, 5 de enero de 2016
LA ORACIÓN DE LAS PERSONAS EXCLUIDAS
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