domingo, 10 de enero de 2016

EL CAMBIO SOCIAL EMPIEZA CON LA TRANSFORMACIÓN DE LA IDEA DE DIOS.

La cultura religiosa dominante en América Latina
se proyecta en la cultura política y en la cultura económica
de la región, creando una relación de afinidad
electiva entre una tradición cristiana providencialista,
una cultura política pragmática resignada, y los valores
económicos que justifican y legitiman el modelo neoliberal
imperante.
El «providencialismo» es un concepto teológico que
expresa una visión de la historia de los individuos y de
las sociedades como procesos gobernados y controlados
por Dios. La antropología, la psicología social y la
educación popular han mostrado el peso de un modelo
providencialista meticuloso en la región. La obra del
psicólogo social Ignacio Martín-Baró, por ejemplo,
muestra la tendencia del catolicismo providencialista
dominante a transformar la docilidad en una virtud
religiosa. En el campo de la pedagogía y la educación
popular, la obra de Paulo Freire reveló cómo la conciencia
oprimida de los y las latinoamericanas habita en un
mundo mágico en el que las víctimas de la explotación
interpretan su propio sufrimiento como un designio
divino. La teología de la liberación también visibilizó
el providencialismo y lo combatió, desenmascarando
el orden establecido -supuestamente por la voluntad
de Dios- como verdadero desorden, pecado social que
debemos combatir.
Los estudios sobre el «catolicismo popular», mayoritario
en América Latina, también han revelado el
peso dominante de la idea de un Dios providencial que
interviene en la historia a través de ángeles, santos
y fuerzas sobrenaturales para premiar y castigar a la
humanidad. Finalmente, el pentecostalismo y el movimiento
carismático han reforzado el peso del providencialismo
meticuloso latinoamericano.
La visión providencialista de Dios induce a los
hombres y las mujeres de la región a aceptar que sus
destinos individuales y sociales están determinados por
fuerzas ajenas a su voluntad. Esta visión ha contribuido
a generar una cultura política que se puede denominar
«pragmática-resignada».
El pragmatismo resignado constituye una forma de
percibir la realidad social como una condición histórica
determinada por fuerzas ajenas al pensamiento y a la
acción social. Desde una perspectiva pragmática-resignada,
lo políticamente deseable debe subordinarse
siempre a lo circunstancialmente posible. La política,
en otras palabras, se concibe como la capacidad para
ajustarse a la realidad del poder.
La cultura religiosa providencialista, así como la
pobreza y los bajos niveles de educación que afectan
a los pobres, promueven conductas pasivas y fatalistas
frente a la desigualdad, la corrupción y hasta los
embates de la naturaleza. Sería un error, sin embargo,
asumir que el pragmatismo resignado no afecta a las
élites económicas latinoamericanas. El poder y la riqueza
de este sector esconden su tendencia a acomodarse
a las circunstancias que define el poder del capital
global. Gozan de sus privilegios, pero no son capaces
de expandir el horizonte de su realidad. Se puede decir,
haciendo uso de una expresión de Gabriel García
Márquez, que a pesar de su riqueza, han sido y siguen
siendo, inferiores a su propia suerte.
El pragmatismo resignado latinoamericano se asemeja
a aquellos aspectos de la cultura medieval, que
empujaban a los hombres y mujeres de Europa a percibir
la historia como un proceso gobernado por Dios y la
Fortuna. La modernidad implicó el surgimiento de una
nueva cosmovisión que permitió a los europeos asumir
el derecho y el deber de participar en la construcción
de la historia.
El providencialismo religioso y el pragmatismo resignado
dominantes en América Latina, se mezclan hoy
con los valores del neoliberalismo. El neoliberalismo
es un modelo de organización social que intensifica la
racionalidad instrumental del mercado hasta convertir
esa racionalidad en el eje normativo rector de toda la
vida en sociedad. Los elementos normativos básicos
de este modelo se han institucionalizado alrededor del
mundo, a pesar del inmenso costo social que ha generado
y a pesar de las crisis que ha sufrido.
Así pues, la racionalidad instrumental neoliberal
se ha incorporado al sistema de valores políticos y
religiosos latinoamericanos estableciendo relaciones de
afinidad electiva que, casi siempre, terminan reforzando
las peores dimensiones de los valores del mercado,
de los valores religiosos y de los valores políticos que
Andrés Pérez Baltodano
Managua, Nicaragua - Ontario, Canadá
Providencialismo, pragmatismo resignado y neoliberalismo
III. ACTUAREl cambio social empieza con la transformación de la idea de Dios
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integran el imaginario colectivo de los países latinoamericanos.
Así, el individualismo exacerbado que promueve
el capitalismo neoliberal robustece la tradicional
actitud de indiferencia que forma parte de la cultura y
conducta pragmática resignada de las elites latinoamericanas.
Por otra parte, la idea del Dios que lo decide
todo se ha convertido en un disfraz conveniente para
ocultar el funcionamiento de la «mano invisible» del
mercado que, con su dedo índice, señala quién come y
quién no come, quién vive y quién muere en el mundo
globalizado de hoy.
Transformar la idea de Dios
La transformación de la realidad social latinoamericana
implica la refundación de su base religiosa y,
más concretamente, la superación de la idea providencialista
de Dios. Supone, en otras palabras, abandonar
la idea del Dios que lo decide todo, para asumir la
responsabilidad que tiene cada persona de convertirse
en la Providencia que define el futuro y el sentido de
la historia y de la realidad. Ser cristiano, desde esta
perspectiva, es imitar el ejemplo de Jesús quien se
convirtió «en la Providencia de Dios» para luchar por
una visión ética del mundo y de la historia.
Más aún, trascender el providencialismo implica
superar la idea de la omnipotencia de Dios como el
centro causal de la historia. La «omnipotencia» de
Dios, como señala Paul Tillich, debe interpretarse como
la convicción de que ni las estructuras sociales ni la
fuerza de la naturaleza pueden impedir el triunfo de la
idea del bien y de la justicia que predicó Jesús. Rezar,
desde esta perspectiva, significa -como señala el título
de un libro reciente- «convertirse en la respuesta a
nuestras propias oraciones». La transformación de la
idea de Dios que necesita América Latina debe evitar
dos tentaciones: la trampa de un humanismo cristiano
idealista basado en imágenes y formas platónicas de lo
que significa ser un buen hombre y una buena mujer,
y la trampa de un humanismo materialista que niegue
la dimensión trascendente del ser humano. Un humanismo-
materialista-cristiano puede evitar estas dos
trampas.
El humanismo expresa la convicción de que el objetivo
principal de cualquier sistema social –el Estado, el
mercado y las instituciones sociales en general– debe
ser la defensa y promoción de la dignidad humana.
El materialismo en el humanismo-materialista-cristiano,
por su parte, no expresa un rechazo a la dimensión
espiritual del ser humano. Simplemente representa
el principio fenomenológico que establece que la
mente es una mente encarnada en el drama existencial
de hombres y mujeres que comparten un tiempo y un
espacio determinado. La inteligencia, como bien lo
señalara el jesuita mártir Ignacio Ellacuría, es siempre
una inteligencia histórica, es decir, situada en un tiempo
y un espacio social determinado.
El materialismo propuesto rechaza la pretensión
idealista que se expresa en la defensa de arquetipos
normativos universales de organización social que,
como la democracia neoliberal dominante en América,
se imponen sobre la realidad de la región, aplastando o
ignorando sus especificidades y prioridades.
El principio materialista propuesto, sin embargo,
no niega la posibilidad ni la necesidad de promover
visiones universales y trascendentes del bien y del mal,
de lo justo y de lo injusto, de lo moral y de lo inmoral.
Estas visiones deben construirse desde abajo; es decir,
deben ser el resultado de coincidencias y proyecciones
articuladas a partir del reconocimiento de las múltiples
y diversas aspiraciones y necesidades materiales y
espirituales de la humanidad. Desde esta perspectiva,
la promesa de justicia implícita en la salvación cristiana,
adquiere una relevancia universal solamente cuando
el sentido de la justicia que la orienta responde a las
injusticias de cada pueblo, en el orden y con las prioridades
que demanda cada sociedad.
Finalmente, el tercer elemento, el cristianismo, en
el humanismo materialista cristiano, expresa el reconocimiento
de que esta doctrina funciona como la matriz
espiritual y normativa dentro de la que se ordena el
sentido de la realidad latinoamericana. La superación
de la miseria y la pobreza en América Latina solamente
se podrá lograr dentro de esta matriz y a partir de
una evaluación crítica de los códigos que la integran.
En este sentido, el modelo de organización social que
logre elevar la condición humana de los y las latinoamericanas,
será cristiano o no será.
En síntesis: para subvertir la moralidad social imperante
en América Latina, es necesario rearticular
la idea de Dios. Esto supone la descodificación y reconstrucción
de los valores cristianos dominantes en
el imaginario colectivo de los y las latinoamericanas.
No se trata de eliminar a Dios; se trata de rearticular
nuestra visión de la relación entre Dios, la historia y la
humanidad. Esto mismo hizo Moisés. Esto mismo hizo
Jesús. Ser cristiano es continuar la lucha por humanizar
la idea de Dios para glorificarlo.

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