TALLER E.R.E. GRADO
11º. - LA
CONCIENCIA SOCIAL
Aunque
no tan populares o mediáticas como “Usted no sabe quién soy yo”, tenemos en
nuestras expresiones cotidianas dos joyas dañinas y peligrosas: “A usted qué le
importa” y “Yo veré”. Es la forma verbal infantil de levantar los hombros.
Estas cortas frases, que a cualquier persona ofenden, son la forma más olímpica
para realizar los propios deseos, sin poseer argumento que justifique el
actuar. Mi ley soy yo mismo y las consecuencias de mis obras no me competen.
Estas sentencias son síntoma del tumor que afecta de manera notoria nuestro
país y el cual nos ha privado de la anhelada paz, el soñado progreso y la
añorada equidad. La humanidad está agonizando, pues está en desuso un órgano
vital: la conciencia social.
Es la
convicción por la cual cada persona se reconoce parte de un todo humano y
entiende que cada acto realizado incide en los miembros del conjunto. Máximo el
confesor, teólogo cristiano de los primeros siglos, exponía la teoría de la
liturgia cósmica, afirmando que los elementos de la creación están
sincronizados para alabar a Dios. Incluso el hombre es un microcosmos, pues su
vida es el resultado de abundantes funciones y experiencias hermosamente
entrelazadas para mantener la vida. Cuánta falta de conciencia social en
aquellos que realizan con mediocridad sus trabajos. Piensan que solo ellos
recibirán los efectos negativos de su pasividad, pero realmente, como un
mecanismo arrollador, todos somos arrastrados por estas irresponsables
actitudes. Cuántos dolores causan los líderes que, rodeados por protocolos,
oficinas y corrupción, son incapaces de escuchar el clamor de los que sin culpa
alguna sufren las más terribles injusticias, pues la labor que debieron
emprender eficientemente se vio truncada por el interés personal. ¿Pueden dejar
de importarme las consecuencias de lo que hago? No. La basura que lance en el
lugar inadecuado, el conocimiento que no profundice, la capacidad que no
desarrolle, el recurso que explote indebidamente, el defecto que no corrija,
absolutamente todo, repercute en los demás.
Pero
toda esta realidad ¿cómo ingresa a la conciencia colectiva? ¿o no ingresa? ¿o
ingresa manipulada, sesgada o transformada? Hay un bloqueo que impide que la
realidad social penetre en la conciencia social. Multitud de tragedias y
dimensiones de esas tragedias; de interrogantes e inquietudes que todo esto
suscita, no tienen permiso para entrar en lo que llamamos “conciencia social” o
“conciencia de la sociedad”. Eric Fromm nos hizo caer en cuenta de que existen
unos filtros que controlan lo que de la realidad puede pasar a la conciencia de
la sociedad. Algunos de esos filtros los podemos tematizar en prejuicios como
éstos, los cuales, la mayoría de las veces, obran en niveles inconscientes o
semi-conscientes:
• La
mayor desgracia o el mayor riesgo sería deslegitimar los poderes constituidos
(poder judicial, legislativo y ejecutivo).
• La
Ley hay que acatarla, aunque sea dura o irracional; de todos modos, es la ley y
por eso es sagrada.
• Las
desigualdades son ineludibles, aunque excluyan de una vida digna a las mayorías.
• La
memoria de las violencias es dañina y perturbadora para las personas y para la
sociedad;
• Los
pensamientos, las propuestas y los sueños de los pobres son siempre peligrosos.
• Las
víctimas de crímenes de lesa humanidad, lo fueron porque algo debían.
• Hay
que deplorar las violaciones de los derechos humanos, sin legitimar del todo a
las víctimas.
• Hay
que defender el valor de la democracia, sin que ello vaya a implicar la participación
de los excluidos.
• Hay
que defender la justicia, pero sin que ello implique solucionar necesidades
básicas de los pobres.
• No se
puede acabar con fuentes de ingreso tan exitosas como la enfermedad y el dolor
humano; por eso la reivindicación a crear hospitales y empresas farmacéuticas
lucrativas.
• No se
puede acabar con los privilegios del conocimiento y la mercantilización del
conocimiento.
• No se
puede cuestionar la legitimidad y la bondad del sistema capitalista.
• Hay
que impedir la culpabilización de la sociedad o del Estado por los crímenes del
pasado. • Hay que defender el principio del “borrón y cuenta nueva”.
• Hay
que convencerse de que todas las violencias, “vengan de donde vengan” son
igualmente perversas y hay que hacer caso omiso de lo que defienden y de
quiénes las ejercen.
·
Es
igualmente perversa la violencia de los ricos que la de los pobres; la que
defiende la justicia que la que defiende la injusticia; la que ejerce el Estado
y la que ejerce la insurgencia; la que es ofensiva y la que defensiva. Hay que
reconocer que la única virtud consiste en el no involucramiento en ningún
conflicto; en no tomar posición en ninguna contienda; en el neutralismo
radical. No hay que dejarse impresionar por los que afirman que las posiciones
omisivas y pasivas favorecen al más fuerte o son una opción por el Statu quo.
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