EL ANIMAL Y EL HOMBRE, LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA
Tal vez
la definición que ha causado más confusión y distorsión histórica del hombre y
la comprensión de la animalidad ha sido de Aristóteles, que fue no sólo un gran
lógico sino también un gran biólogo, que con su definición clásica se han
escrito mares de tinta: el hombre es animal-racional.
Él
establece su disertación así: La diferencia específica indica que se comparte
un género (lógico-real) y una diferencia específica (real). La diferencia
específica es la que hace especie. Decir que el hombre es un “animal-racional”
indica eso, un género animal, con la diferencia específica, que lo diferencia
como especie, y que por lo tanto lo hace algo distinto realmente,
por ser racional.
El género
es una categoría lógico-real que agrupa ciertos seres con una característica
general donde todos “entran” lógicamente en su comprensión. Estas
características generales, que también son reales, son compartidas por todos
los seres que se incluyen en el género, pero tienen a su vez, derivaciones que las
hacen únicas, es decir, diferencias específicas, que los separan entre sí. Así
como se separan los mamíferos de los demás animales.
La
definición entonces es empírica-racional, porque incluye un contenido empírico,
es decir, consta por experiencia que hay animales que guardan ciertas
semejanzas como pertenecientes a un género, pero que también tienen diferencias
entre ellos. Es racional porque la definición de especie requiere de
acuciosidad reflexiva, es decir, para descubrir la diferencia esencial, es
decir, la especie.
Lo
racional en el hombre indica su capacidad cognoscitiva, comunicativa y social.
Otra definición de Aristóteles es la del hombre como animal social, animal
político. Es decir, la racionalidad en el hombre indica una distinción metafísica.
Es racional y por lo tanto piensa, siente como animal racional; habla, como
signo característico que lo separa de los demás animales, no sólo articula
sonidos sino que tiene palabras, y arma frases con sentido, y no sólo habla de
lo exterior sino de lo interior, no sólo del presente momentáneo, sino del
pasado y del futuro. Es racional y tiene entonces algo distinto por lo cual
guarda una dignidad de especie.
Podríamos
decir que todo eso no es una distinción plena con el animal sino sólo una
diferencia gradual. Por eso debemos recurrir a otra metodología dado que la
cuestión del estudio que se esfuerza por comparar dos realidades se expone
siempre a dos peligros: el peligro de equipararlos ya lógicamente con el fin de
estudiarlos. Y el peligro de perder de vista lo que, al final de cuentas, esos
dos seres tienen de distinto (dado que se fue por el camino de la hipótesis
cero que afirmaba lo contrario).
El método
(una vez superado el análisis empírico) adecuado para el estudio de dos
realidades distintas que comparten algo es la analogía. La analogía proporciona
el camino para no perderse en el difícil y penoso trayecto que es el descubrir
lo esencial entre dos realidades. La analogía nos ayuda a ver si de dos cosas,
se dice algo que es igual y algo distinto en ellas.
Hay dos
tipos de analogía: La analogía de atribución, como su nombre lo dice, atribuye
características a cosas que de suyo no lo son. Se dice que un alimento es sano
porque causa salud al que lo come, se dice que un calzado es cómodo cuando se calza
cómodamente. Es una característica que está más en la atribución que en la cosa
misma.
La
analogía de proporción dice que una cosa tiene algo que lo hace parecido o
similar a otra, pero en proporción distinta. Es lo que generalmente se plantean
los estudios enfocados a las diferencias de grado. El animal piensa, se
comunica y comprende en una proporción menor a cómo piensa, se comunica y
comprende un hombre. Pero decir esto ¿es válido?
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