jueves, 5 de mayo de 2016

JUDÍOS, CRISTIANOS Y MUSULMANES

JUDÍOS, CRISTIANOS Y MUSULMANES ntes de entrar en los tiempos modernos, debemos hacer una pausa para referirnos a la percepción corriente que tenemos sobre las relaciones entre el judaísmo y el universo religioso en el cual él se desarrolló durante casi dos mil años. Un universo bajo la hegemonía del cristianismo, posición que posteriormente dividirá con el Islam. Rever nuestra percepción de esta relación es fundamental para comprender la trayectoria del judaísmo en la cultura occidental y, de esta forma, repensar el judaísmo. La representación estándar que los judíos cristalizaron en relación al cristianismo (y con menor intensidad, pero no fundamentalmente diferente, en relación al islamismo) es una relación de víctima con su verdugo. Esta visión se sustenta en una historia de demonización, persecución, expulsión, conversión forzada, inquisición, masacres, confinamiento en guetos, quema de libros, prohibición de realizar proselitismo y de actuar en ciertas profesiones. Historia de sufrimiento promovida por un discurso elaborado por la Iglesia y por el Islam que destilaba odio contra los judíos. Esta actitud se alimentaba de la propia teología cristiana, que reconoce la Biblia como un texto sagrado y Jesús como un judío que predicaba a su pueblo. El rechazo de los judíos a reconocer Jesús como el Mesías y posteriormente a Mahoma como Profeta, creaba un problema de legitimidad para el cristianismo, y posteriormente para el islamismo. Tanto Paulo de Tarso como Mahoma expresaron explícitamente la frustración de no conseguir convencer a los judíos a seguir la nueva versión del relato bíblico. La renuencia de los judíos a reconocer Jesús como Mesías llevó al cristianismo a producir varias explicaciones teológicas. La principal era de que Dios transfirió su alianza con los judíos para su “nuevo pueblo”. La diáspora del pueblo judío y la destrucción del Templo habrían sido un castigo divino. Pero la tradición más dañina fue la transformación de Judas en símbolo del judío y de la crucifixión de Jesús en responsabilidad colectiva y eterna del pueblo judío. De esta forma, buscó transformar al pueblo elegido de la Biblia en el pueblo maldecido por no haber aceptado Jesús como Cristo. Haciéndolo, transgredió el precepto bíblico de no culpar los hijos por los pecados de los padres (suponiendo que tal pecado haya A 35 existido), construyendo una cultura de odio y antisemitismo que impregnó profundamente el cristianismo hasta el siglo XX. Pero, si esta teología permitió justificar los malos tratos y persecuciones, no eliminó la ambigüedad original del cristianismo en relación al judaísmo (al final los Evangelios presentan un Jesús judío, cuyo papel mesiánico es justificado por una genealogía que lo relaciona con el Rey David, y la propia iglesia mantuvo el festejo del año nuevo en el día de la circuncisión de Jesús y la Última Cena durante el Pesaj). En relación a otras religiones, la Iglesia y el Islam tuvieron una política única, la de la eliminación por la conversión forzada y fueron extremamente exitosos en esta tarea. En relación a los judíos, el cristianismo y el islamismo fueron más ambiguos, porque el judaísmo tenía un lugar en sus teologías que ninguna otra religión poseía. La sobrevivencia del judaísmo se explica en primer lugar por su voluntad de persistencia y resistencia en contextos extremamente hostiles, pero igualmente no podemos dejar de considerar que en general estos ambientes permitieron la sobrevivencia de los judíos. La aspiración del cristianismo y el Islam fue, y, y para mucho continúa siendo, la desaparición del judaísmo por el reconocimiento de la divinidad de Cristo o del papel profético de Mahoma. En ciertas teologías evangélicas, en boga en Estados Unidos, la conversión de los judíos inclusive preanunciará la llegada de los tiempos finales o es su precondición. Pero la conversión forzada sólo fue usada en circunstancias relativamente aisladas y no era la política oficial del Vaticano. La posición del Islam, en lo fundamental, fue similar. No se trata, obviamente, de excusar a la Iglesia o el Islam por la violencia cometida y el odio que diseminaron, aún presente en nuestros días, sino de reconocer que esta violencia fue limitada por las relaciones complejas que ambos mantenían con el judaísmo. Relaciones que no se referían solamente al pasado bíblico común y al origen judío de Jesús y del cristianismo y de la reproducción, en versión propia, del relato bíblico por El Corán, sino de una herencia común que permitía un intercambio cultural que se mantuvo por largo tiempo. En la Edad Media, bulas papales eran bajadas para prohibir el contacto con los rabinos, cuyo conocimiento de la Biblia hebraica era reconocido por el clero católico y por los sabios musulmanes, cristianos y judíos que mantenían encuentros teológicos en la España mora. 36 El judaísmo fue, y en cierta medida continúa siendo, para las religiones monoteístas universalistas (el cristianismo y el islamismo) un otro que no es totalmente diferente, pues tiene un lugar en el discurso dominante. Como tal, no puede ser totalmente negado como lo diferente con lo cual no nos identificamos, pero también irrita porque no acepta ser absorbido. Así, la relación con los judíos siempre tuvo la marca de la ambigüedad, pues él comparte elementos de las culturas hegemónicas, pero al mismo tiempo no acepta la versión de la mayoría. Pero, existe también ambigüedad del judaísmo con las dos religiones monoteístas: la dificultad de reconocer la contribución del cristianismo (y del islamismo) al judaísmo. Me explico: los judíos nos enorgullecemos de nuestra contribución a la civilización, en particular del monoteísmo, los diez mandamientos, la idea de la redención mesiánica y el día de descanso semanal. Pero todas estas innovaciones habrían quedado restrictas a los judíos, si no fuese por el cristianismo y el islamismo. El judaísmo era fundamentalmente centrado en sí mismo. Si las innovaciones del judaísmo fueron diseminadas por el mundo – y no cabe aquí una discusión de si esto fue bueno o realizado de forma respetuosa a las personas y pueblos convertidos por el islamismo y el cristianismo – fue gracias al hecho de que estas ideas fueron asumidas por religiones con vocación universalista. Por lo tanto, la contribución judaica a la cultura universal tuvo como vehículo el cristianismo y el islamismo. Sin ellos, no habría existido tal contribución a la civilización universal, pues no era ésta la intención de la cultura bíblica o talmúdica. Esto no retira el mérito de que los “derechos de autor” originales de algunas de las ideas centrales diseminadas por el islamismo y por el cristianismo (en versiones propias) hayan sido de origen judaica, pero obliga a un acto de reconocimiento del papel desempeñado por las otras grandes religiones monoteístas. Este reconocimiento es importante, pues permite una visión más compleja, rica y menos narcisista del papel que cada religión desempeñó en la formación de la civilización contemporánea. Pues, si los judíos se enorgullecen del lugar original en la creación del monoteísmo y se resienten de la tendencia de cristianos y musulmanes a ocultar o disminuir este papel, ellos no dejan de tener una visión igualmente parcial de su lugar en la historia. Las religiones institucionalizadas, en sus versiones integristas o fundamentalistas, comparten todavía fuertes componentes autoritarios, no 37 respetan a las otras religiones y no están dispuestos a aceptar sociedades fundadas en el principio de la libertad individual, en la libre expresión de ideas y de organización y en el derecho de cada persona de conducirse de acuerdo con su conciencia. Todas las versiones religiosas ortodoxas, judía, cristiana e islámica, caso asumiesen el poder, destruirían la democracia. En la medida en que reconocemos que las grandes religiones monoteístas están profundamente relacionadas entre sí, podemos avanzar en una visión menos dogmática y fundamentalista de cada una. Igualmente debemos reconocer que la Iglesia Católica, cuya integración en el mundo moderno fue un proceso complejo y aún inacabado, realizó avances fundamentales en el sentido de eliminar de su teología los componentes antisemitas, a partir del Concilio Vaticano Segundo (1962-1965) bajo el liderazgo admirable de Juan XXIII. Esta transformación – que incluye el reconocimiento de la permanencia de la alianza de Dios con el pueblo judío y reniega la idea de responsabilidad colectiva por la muerte de Jesús–, sin duda influida por el Holocausto y por la responsabilidad indirecta de la Iglesia por haber alimentado sentimientos antisemitas en el mundo cristiano, abrió las posibilidades de respeto mutuo y diálogo inter-religioso. Este diálogo es fundamental para un conocimiento mutuo y para encontrar un espacio de valores comunes, sin que esto signifique que cada una abdique de sus especificidades. Un diálogo no solamente a ser realizado por líderes religiosos, sino también por intelectuales seculares judíos, cristianos e islámicos, pues, no sólo en el judaísmo como también en el cristianismo y en menor medida en el islamismo, cada uno con sus especificidades, la tradición religiosa se transformó hoy en una tradición cultural. Buena parte de los judíos, cristianos y, en menor medida, musulmanes, se relaciona hoy con las religiones como tradiciones culturales sin atenerse a las instituciones y reglas que ellas procuran imponer.

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