jueves, 4 de mayo de 2017

LA TERORÍA DE NOTH

TEORÍA DE MARTÍN NOTH
1943 no estaba siendo un año demasiado bueno para Alemania. Febrero había comenzado con la capitulación del VI Ejército en Stalingrado. Meses más tarde se rendía el Afrika Korps. Seguiría el desembarco aliado en Sicilia, mientras los rusos forzaban por el este, con un gasto terrible de armamento y vidas humanas. Sin embargo, casi nadie imaginaba que aquello era el principio del fin. Martin Noth incluso tenía motivos para sentirse satisfecho. Acababan de publicarle su última obra. Una vez más, miró el título con cierto orgullo. Había sido capaz de utilizar treinta y cinco letras en sólo dos palabras: Überlieferungsgeschichtliche Studien. Sonaba a Panzer adentrándose en la estepa rusa, a U2 sumergiéndose en las frías aguas de la ciencia bíblica. Aquellos Estudios sobre historia de la tradición estaban dedicados en partes iguales a las dos grandes obras históricas de la Biblia, la Deuteronomista y la Cronista. La primera parte, la que ahora nos interesa, suponía una auténtica novedad en la interpretación de los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes.

Desde el siglo XIX se venían defendiendo dos posturas principales sobre la formación de estos libros:
— Unos autores se inclinaban a pensar que cada uno de ellos había surgido independientemente de los otros. Sólo más tarde, hacia el año 622, con motivo de la reforma de Josías, fueron unidos y reelaborados por el círculo Deuteronomista. A esta reelaboración debió seguir una segunda, en tiempos del exilio, con pequeños cambios y adiciones.

— Otros —como los famosos Eissfeldt y Hölscher— pensaban que los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes son continuación de las fuentes del Pentateuco: Yavista (J), Elohísta (E), a la que Eissfeldt añade también su fuente Laica (L). Estos documentos, que comenzaban con la creación del mundo o con Abrahán, no terminaban con la muerte de Moisés; también contaban lo ocurrido en siglos posteriores. La verdad es que no se ponían de acuerdo. Según unos, esas fuentes del Pentateuco terminan en Josué, y hablan en consecuencia de una historia en seis libros (Hexateuco: Gn Ex Lv Nm Dt Jos); otros las prolongan hasta Jueces, y hablan de siete libros (Heptateuco); los que las extienden hasta Samuel, de ocho (Octoteuco); y quienes admiten unidad desde Génesis hasta Reyes, hablan de nueve libros (Eneateuco). En cualquier caso, la mayoría de estos autores piensa que las fuentes J, E (y L), después de haber sido fundidas en una sola, fueron retocadas por la escuela literaria y teológica inspirada en el Deuteronomio.

En este contexto se advierte la novedad de la postura de Noth. Para él, antes del exilio no existían libros independientes, ni tampoco documentos al estilo de J y E que hablasen sobre el largo período que va desde los jueces a la monarquía. Sólo existían fragmentos aislados y pequeñas obras (por eso se la conoce como “hipótesis de los fragmentos”), que un autor exílico utilizó para componer su historia, la “historia Deuteronomista”.

Al estudiar el bloque Josué-Reyes, habría que distinguir:
— tradiciones recogidas por el autor Deuteronomista sin reelaborarlas;
— fragmentos o versos reelaborados por el Deuteronomista;
— fragmentos originales del Deuteronomio;
— fragmentos añadidos después de que el autor terminó su obra.

Una clasificación exacta de estos diversos materiales puede verse en el artículo de Radjawane, 184-186. Para no acumular datos demasiado minuciosos, nos limitaremos a los esenciales.
a) Entre las tradiciones recogidas por el Deuteronomista sin reelaborarlas se encuentran:
— gran parte del Dt (4,40-30,20);
— relatos de la conquista (Jos 2-11);
— narraciones sobre diversos “jueces” (Jue 3,7-12,15, exceptuando algunos versos procedentes del Dtr);
— infancia de Samuel (1 Sm l,l-4,1a, excluyendo 2,25b.34-35);
— historia del arca (1 Sm 4,1b-7,1);
— tradiciones de Saúl y David (1 Sm 9,1-10,16; 10,27b-11,15);
— continuación de Saúl-David y tradiciones de David (1 Sm 13 hasta 2 Sm 20; 1 Re 1-2);
— historia de Salomón (1 Re 3-11, exceptuando algunos pasajes y versos);
— tradiciones proféticas y datos sobre los reyes de Israel y Judá. Entre ellos tienen especial importancia los relatos sobre Elías y Eliseo, la revolución de Jehú (2 Re 9-10), la intervención de Isaías durante el asedio de Jerusalén por Senaquerib (2 Re 18,17-20,19), el relato del hallazgo del libro de la ley (2 Re 22,3-23,3).
(Hasta el momento en el que el Deuteronomista recogió este material las diversas tradiciones habían tenido vida propia, con un enfoque e intención a veces distinta del que pretendió nuestro autor).
b) Entre los fragmentos o versos reelaborados por el Deuteronomista me limito a indicar 1 Sm 12,1-25 (dirigido actualmente contra la monarquía), 1 Re 2,2-4,27b (reelaboración de las consignas de David a Salomón en su lecho de muerte) y 1 Re 4,1-5,8 (lista de los empleados de Salomón).
e) Pero el autor Deuteronomista no se limitó a recoger antiguas tradiciones o a reelaborar algunos fragmentos. Según Noth, completó este material con datos propios. Por ejemplo, al comienzo del Dt (1,1-3,29 y diversos pasajes del c. 4), y al final del mismo libro (en los c. 31 y 34). Diferentes capítulos o episodios en Josué (1,1-6.10-18;12;23), Jueces (2,6-16.18.19; 3,7-11.12-15a; 6,30-35; 10,6-16, etc.), Samuel (1 Sm 12,1-25, etc.), Reyes (1 Re 8,14-66; 11,1-13.41-43; 2 Re 17,7-33a.41; 21,2-16; 25,1-26, etc.). Sin embargo, lo más importante no es que el Deuteronomista completase el material anterior con nuevos datos e interpretaciones. Llevó a cabo una auténtica labor de composición, engarzando coherentemente los elementos previos y dando al conjunto un sello muy personal.
d) Con su labor no quedaron terminados definitivamente los libros de Josué-Reyes. Más tarde se añadieron otros textos.
— canto y bendiciones de Moisés (Dt 32 y 33);
— reparto de la tierra (Jos 13-22);
— alianza en Siquén (Jos 24);
— primera introducción a Jueces (Jue 1,1-2,5);
— historia de Sansón y apéndices (Jue 13,2-21,25);
— apéndices sobre David (2 Sm 21-24).

En resumen, los puntos más revolucionarios de la teoría de Noth son los siguientes:
— La historia Deuteronomista es obra de un solo autor, no de una escuela.
— Este autor vivió y trabajó en tiempos del exilio, redactando su obra en la provincia de Samaría, cerca de Mispá y Betel, no en Babilonia, como pensaban otros comentaristas.
— La historia Deuteronomista representa el primer intento serio de historiografía dentro de Israel; antes del exilio no existió una producción de este carácter, sino simples intentos más o menos logrados. Esto va contra la opinión tan divulgada de que la historiografía comienza en Israel durante el apogeo político-cultural de David y, sobre todo, de Salomón (siglo X).
— Esta obra histórica comenzaba con una gran introducción teológica, el libro del Deuteronomio, que ofrecía las claves de interpretación y valoración de la historia: fe en un solo Dios y aceptación de un solo lugar de culto. Más tarde, el Dt quedó separado de Josué-Reyes. Pero su función originaria no era la de cerrar los cuatro primeros libros de la Biblia (Tetrateuco), sino la de abrir teológicamente los siguientes.
¿Qué pretendió este judío del siglo VI con su enorme trabajo? La respuesta de Noth es terriblemente pesimista:
“El Deuteronomista no ha escrito su obra para aliviar el tedio o satisfacer el interés por la historia nacional, sino para adoctrinar sobre el sentido genuino de la historia de Israel, desde la conquista de la tierra hasta la desaparición del antiguo Estado; y este sentido se resume para él en el reconocimiento de que Dios ha actuado palpablemente en esta historia, al responder con exhortaciones y castigos a las deficiencias constantes y crecientes; y, finalmente, cuando aquellas se revelaron inútiles, con la destrucción total” (o. c., 100).
Desde la perspectiva del exilio, cuando Judá lo ha perdido todo (tierra, templo, rey, libertad), la palabra del Deuteronomista es escueta y tajante: todo esto es consecuencia de nuestros pecados y sólo cabe aceptar el castigo de Dios. No queda esperanza para el futuro.

REACCIONES A LA TEORÍA DE NOTH
Es natural que la teoría de Noth no encontrase aceptación plena, ni siquiera parcial, entre todos los comentaristas. Algunos, como Jepsen, Engnell o Boecker, la aprueban y defienden con nuevos argumentos. Otros, como Hölscher, Eissfeldt y Von Rad, la rechazan. No faltan quienes aceptan ciertos puntos y rechazan otros. Sería absurdo introducirse en la maraña de argumentos en favor y en contra. Me limitaré a indicar por dónde se ha orientado la investigación con respecto a tres temas: elementos previos, unidad de la obra y finalidad. El último aspecto es el más importante.

CON RESPECTO A LOS ELEMENTOS PREVIOS
La idea de que los deuteronomistas utilizaron “fragmentos” previos la admiten muchos autores actuales. Gran parte de la investigación de los últimos años se ha centrado en el estudio de esos fragmentos: historia del arca, subida de David al trono, historia de la sucesión, tradiciones de Elías y Eliseo, etc. Pero conviene advertir que algunos autores abandonan la hipótesis de los fragmentos para inclinarse por la de documentos. No se refieren a los documentos clásicos, J y E, sino a una especie de “historias predeuteronomistas” de diversa extensión y origen.

Por citar uno de los casos más recientes, Campbell descubre en los libros de Samuel y en los diez primeros capítulos de 1 Re un documento del siglo IX, de origen profético, centrado en el importante período que va desde los orígenes de la monarquía hasta la división del reino.
En el fondo, este hecho no modifica seriamente la teoría de Noth. El lo habría aceptado tranquilamente. Lo que no admite es que los documentos clásicos (Yavista y Elohísta) continúen en Josué.

CON RESPECTO A LA UNIDAD DE LA OBRA
La situación actual dista mucho de ser la concebida por Noth. Este veía la Historia Deuteronomista como una obra unitaria, compuesta por un solo autor (aun reconociendo que más tarde se añadieron bastantes capítulos). Hoy día, la idea de una sola edición y un solo autor se encuentra casi descartada. Más bien se elige uno de los tres modelos siguientes:

a) Dos ediciones, una preexílica y otra exílica
El principal representante de esta teoría es Frank Moore Cross, en su artículo Los temas del libro de los Reyes y la estructura de la historia Dtr. Le siguen sus discípulos Nelson y Friedman, y están también muy de acuerdo con él Cortese y Helga Weippert.
Cross coincide con Noth en la existencia de fragmentos previos, pero no acepta que la redacción final de la obra la llevase a cabo un solo autor y durante el destierro. Para Cross, en la historia Dtr se advierten tres hechos extraños, que requieren explicación:
— Cuando Jerusalén cae en manos de los babilonios, no encontramos una reflexión teológica a propósito de esta terrible desgracia. Resulta muy raro, sobre todo si recordamos la extensa digresión del autor Dtr después de la caída de Samaría (2 Re 17).
— Durante el reinado de Manasés, Dios condena a Judá totalmente por culpa de los pecados de este rey. Sin embargo, el reinado de su nieto, Josías, es visto con gran optimismo. Supone un anticlímax en esa historia que camina hacia su final.
— Si situásemos la historia Dtr en el destierro (como pretende Noth), contrastaría poderosamente con las otras obras de esta época (el escrito Sacerdotal, Deuteroisaías, etc.), ya que le falta la profunda esperanza que se respira en estas últimas. La mejor forma —o la única— de explicar estos hechos es admitir dos ediciones distintas: una anterior al destierro, durante el reinado de Josías, y otra en el exilio. La primera edición se caracteriza por un marcado acento de propaganda religioso-política, invitando a la conversión a Judá, pero también a las tribus del norte, con vistas a restaurar el antiguo reino davídico. La segunda edición, de tono pesimista, se limita a justificar la catástrofe.

También Provan es partidario de dos ediciones, una preexílica y otra exílica. Pero, a diferencia de Cross, y para soslayar las objeciones que se le hacen, defiende que la edición preexílica, de finales del siglo VII, era simplemente una historia de la monarquía desde sus orígenes —suprimiendo los pasajes antimonárquicos— hasta Ezequías. En la edición del exilio es cuando se añadieron los libros de Deuteronomio, Josué y Jueces.

b) Tres ediciones, todas exílicas o postexílicas
Mientras Noth trabajaba en sus Estudios, Alfred Jepsen se dedicaba también a estudiar las fuentes de los libros de los Reyes. La guerra le impidió publicar sus resultados, que no aparecieron hasta 1951. Propiamente, esta obra no puede ser interpretada como reacción al estudio de Noth, ya que desconocía sus resultados.
Jepsen concibe la formación de la obra del modo siguiente. Existían dos documentos principales: 1) una crónica que abarcaba hasta el reinado de Ezequías (finales del siglo VIII), a la que da la sigla S; 2) unos anales sobre el templo y el culto, quizá de la época de Manasés (primera mitad del siglo VII), que denomina con la sigla A.
Estos dos documentos independientes fueron unidos hacia el año 580 por un primer redactor sacerdotal (RI), que les añade un comentario crítico sobre la historia del culto y exige un culto adecuado. Esta sería la primera edición, preexílica.
Hacia el año 550, un segundo redactor, de mentalidad profética (RII), añade a la obra numerosos capítulos (la historia de la sucesión, leyendas de Isaías, tradiciones sobre profetas, tradición benjaminita sobre la conquista y la época premonárquica). De este modo, la obra crece enormemente, hasta duplicar las dimensiones de la anterior. Pero lo más importante es que este segundo redactor da especial relieve a cuatro ideas teológicas (elección, ley, apostasía, castigo) y convierte toda su obra en un llamamiento a la conversión.
A finales del siglo VI, un tercer redactor, levita (RIII), hace pequeños añadidos para justificar las pretensiones de sus hermanos.
La teoría de tres redacciones exílicas también la defiende Rudolph Smend. Sus ideas, simplemente esbozadas en el artículo de 1971, las han seguido y profundizado sus discípulos Dietrich y Veijola.
En su artículo de 1971 advierte Smend que ciertos pasajes de los libros de Josué (1,7-9; 13,1-6; 23) y Jueces (2,17.20s.23) consideran que la conquista de la tierra todavía no está terminada. Piensa que dichos pasajes son complementos a la historia Dtr, y da a este estrato el título de nomista (DtrN), dado el interés de su autor por la ley. Sugiere que sería interesante seguir estudiando el tema.
Es lo que hace su discípulo Walter Dietrich, que se aplica al estudio del libro de los Reyes desde esta perspectiva, y encuentra otro estrato Dtr, al que denomina DtrP por el amor de su autor a las tradiciones proféticas. Con esto tenemos ya tres estratos, que Dietrich data entre los años 580 y 560. La idea de conjunto es como sigue:
Poco antes de la caída de Jerusalén se escribe una primera obra narrativa. Su autor (DtrH) es un historiógrafo, que termina en 2 Re 25,1-21 y pretende explicar la catástrofe de Judá y Jerusalén, ofrecer una “etiología del punto cero”. Poco después del exilio, DtrP añade las leyendas proféticas que ha ido elaborando y otros complementos. Para este autor, lo importante es interpretar los relatos anteriores como el campo de actuación de la palabra profética. Finalmente, hacia el 561 actúa DtrN, que comenta los hechos desde un punto de vista legal. Añade un nuevo final (2 Re 25,22-30), que da a la obra un toque de esperanza.

Veijola, otro discípulo de Smend, persigue los tres estratos en los libros de Samuel. Naturalmente, los encuentra (las tesis doctorales son capaces de demostrar cualquier cosa), y advierte que cada uno de ellos tiene su propia imagen de David. DtrH, partidario de la monarquía, presenta a David como un buen siervo de Dios y lo glorifica como padre de una dinastía eterna. DtrP, escéptico ante los reyes, presenta a David como un hombre pecador y culpable. DtrN intenta conciliar estas posturas opuestas. Comparte con P una actitud crítica ante los reyes, pero espera con H que la dinastía davídica dure siempre.

Smend, aprovechando los trabajos de sus discípulos, vuelve sobre el tema en 1978. Su idea actual es la siguiente:  
DtrH, basándose en diversas fuentes, escribió una historia que empezaba en Dt 1,1 y terminaba en 2 Re 25,30 (en esto corrige a Dietrich, que ponía el final en 25,21). Esta obra presupone la liberación de Jeconías, y no pudo surgir antes del 550.

DtrP introdujo en los libros de Samuel y Reyes una serie de narraciones proféticas y estructuró el curso de la historia de acuerdo con el esquema de “vaticinio— cumplimiento”.

DtrN comentó ambas redacciones aplicando su criterio, inspirado en las leyes deuteronómicas. Este resultado final es el que podemos llamar “Obra histórica Dtr”. Pero las huellas de DtrN se extienden hasta el Tetrateuco. Por eso, es posible que DtrN sea el que unió el Tetrateuco y la historia Dtr, formando una gran obra literaria.

CON RESPECTO A LA FINALIDAD DE LA OBRA
Noth nos deja con mal sabor de boca. La historia del Dtr sólo pretende demostrar el justo juicio de Dios, que castiga los continuos pecados del pueblo. No cabe esperanza para el futuro. Esta visión ha sido criticada desde distintas perspectivas. Ofrezco tres de las opiniones más interesantes.

a) Gerhard von Rad: optimismo mesiánico
Pocos años después de publicarse la obra de Noth, expresa su punto de vista en un breve pero importante artículo sobre La teología deuteronomística de la historia en los libros de los Reyes. Von Rad detecta en la historiografía Dtr una correspondencia entre la palabra del Señor y la historia, en el sentido de que la palabra pronunciada por Dios alcanza su meta, se cumple. Este esquema de “vaticinio - cumplimiento” se encuentra al menos once veces en los libros de los Reyes, generalmente castigando. Es lo que advertimos en el destino del Reino Norte (Israel), a causa de unas culpas que arrancan desde el primer rey, Jeroboán.  Pero en el Sur parece no ocurrir lo mismo. Dios se muestra muy indulgente con Judá. ¿A qué se debe esto? La respuesta es evidente: “en consideración a David” (Cf. 1 Re 11,13.32.36; 15,4; 2 Re 8,19), idea que se basa en la promesa de Natán (2 Sm 7; ver también 1 Re 2,4; 8,20.25; 9,5) y que impulsa al Dtr a convertir a este rey en un personaje modelo. De este modo, en la historia Dtr la palabra de Dios actúa de dos formas: como ley, juzgando y aniquilando; como evangelio, salvando y perdonando. ¿Cuál de estas dos palabras se impuso al final? La respuesta la tenemos en la liberación de Jeconías (2 Re 25,27-30). “Este pasaje debe ser entendido por cualquier lector como una indicación de que los descendientes de David no habían llegado a un final irrevocable”.

b) Hans Walter Wolff: llamada a la conversión
Años más tarde, en 1961, volvía sobre el tema Hans Walter Wolff, en su famoso artículo El kerigma de la obra histórica deuteronomista. En contra de Noth, no cree que el autor de la historia Dtr se haya tomado tanta molestia sólo para decir a sus contemporáneos que todo está terminado. Pero tampoco está de acuerdo con Von Rad en la interpretación tan optimista de los versos finales (2 Re 25,27-30) como un mensaje incondicional de salvación. Para Wolff, el Dtr no pretende destruir la esperanza, ni infundirla incondicionalmente, sino llamar a la conversión. De hecho, el esquema de toda la obra es el mismo que aparece con frecuencia en el libro de los Jueces, con sus ciclos de pecado - castigo - conversión - salvación (Cf. Jue 3,7-9). Aparentemente, este esquema no vuelve a utilizarse en el resto de la obra. Pero esta impresión es falsa. Toda la época monárquica, desde Saúl hasta Sedecías, constituye el primer paso (pecado) de un nuevo ciclo; la destrucción de Jerusalén y el destierro es el segundo (castigo). El autor pretende que sus contemporáneos den ahora el tercero (conversión), para que Dios realice el cuarto (salvación). Wolff demuestra que el verbo “convertirse” aparece en pasajes decisivos como 1 Sm 7,3; 2 Re 17,13; 23,25 y, sobre todo, en el momento capital de la oración de Salomón al dedicar el templo (1 Re 8,46-53).

c) Frank Moore Cross: doble finalidad
Quien mantenga la idea de dos ediciones de la historia Dtr, una preexílica y otra exílica, encontrará un enfoque bastante adecuado del mensaje en la teoría de Cross. Ciertamente, debían de estar marcadas por espíritus muy distintos. No es lo mismo escribir la historia del pueblo en un momento de optimismo y euforia nacional, y hacerlo cuando todas las esperanzas se han hundido.  La primera edición desarrolla dos temas principales, que podemos sinterizar en estas dos frases: “Este proceder llevó al pecado a la dinastía de Jeroboán y motivó su destrucción y exterminio de la tierra” (1 Re 1 3,14). “En consideración a mi siervo David y a Jerusalén, mi ciudad elegida” (1 Re 11,13).  Por consiguiente, el historiador Dtr contrasta dos temas: el pecado de Jeroboán y la fidelidad de David, que culmina en Josías. Jeroboán llevó a Israel a la idolatría y a la destrucción, como habían avisado los profetas. En Josías, que purificó el templo fundado por David y puso punto final al santuario fundado por Jeroboán; en Josías, que buscó al Señor de todo corazón, debían cumplirse las promesas hechas a David. Estos dos temas parecen reflejar dos principios teológicos, uno procedente de la antigua teología deuteronómica de la alianza, que considera la destrucción de la dinastía y del pueblo como consecuencia inevitable de la apostasía, y otro tomado de la ideología regia de Judá: las eternas promesas hechas a David. De hecho, la yuxtaposición de los dos temas, amenaza y promesa, proporcionan la plataforma para la reforma de Josías. La historia Dtr, en la medida en que estos temas reflejan sus principales intereses, puede ser considerada una obra de propaganda de la reforma de Josías y un programa imperialista. El documento habla en particular al Norte, invitando a Israel a volver a Judá y a Jerusalén, único santuario legítimo de Yavé, afirmando las pretensiones de la antigua dinastía davídica sobre todo Israel. Y habla también, con igual o más énfasis, a Judá. La restauración de la antigua grandeza depende de que la nación vuelva a la alianza con Yavé y de que el rey se entregue de todo corazón a imitar a David, el siervo del Señor”.

Durante el exilio, este grupo de libros fue reelaborado. La situación había cambiado mucho con respecto a la época de Josías. La esperanza de volver a los tiempos gloriosos de David se había desvanecido. El ideal de conversión y de observancia del pacto con Dios se agotó tras la batalla de Meguido (año 609). Y sobrevino la catástrofe. Un autor del exilio se sintió obligado a justificar este terrible castigo de Dios y a sacar las últimas lecciones de la historia. Con este fin reelaboró la obra anterior. Ante todo, añadió los datos posteriores al reinado de Josías (2 Re 23,31-25,29) y la noticia de la muerte de este rey (2 Re 23,29-30).

En segundo lugar, reelaboró ciertos pasajes, sobre todo el capítulo referente a Manasés (2 Re 21). En los versos 10-15 leemos unas palabras que, indudablemente, han sido escritas desde la perspectiva del destierro: “Yo voy a traer sobre Jerusalén y Judá tal catástrofe que, al que la oiga, le retumbarán los oídos…”. También en otros momentos de la historia se introdujeron claras referencias al desastre y al exilio; por ejemplo en Dt 4,27-31; 28,36s.63-68; 29,27; 30,1-10; Jos 23,11-13.15s; 1 Sm 12,25; 1 Re 2,4; 6,11-13; 8,25b.46-53; 9,4-9; 2 Re 17,19; 20,17s.

Se trata de retoques ligeros, pero con un importante cambio de enfoque. La segunda edición, la del exilio, carece de esperanza. Los textos que hablan de conversión (presuponiendo con ello el perdón), esos textos en los que se basa Wolff para su teoría, son prácticamente todos de la primera edición, preexílica.


Con las opiniones de estos tres autores no quedan agotadas todas las posibilidades. Hay otros muchos puntos de vista. Pero estas ideas son las más importantes y las que más pueden ayudarnos a profundizar en la historia Deuteronomista.