TEORÍA
DE MARTÍN NOTH
1943 no estaba siendo un año
demasiado bueno para Alemania. Febrero había comenzado con la capitulación del
VI Ejército en Stalingrado. Meses más tarde se rendía el Afrika Korps. Seguiría
el desembarco aliado en Sicilia, mientras los rusos forzaban por el este, con
un gasto terrible de armamento y vidas humanas. Sin embargo, casi nadie
imaginaba que aquello era el principio del fin. Martin Noth incluso tenía
motivos para sentirse satisfecho. Acababan de publicarle su última obra. Una
vez más, miró el título con cierto orgullo. Había sido capaz de utilizar
treinta y cinco letras en sólo dos palabras: Überlieferungsgeschichtliche
Studien. Sonaba a Panzer adentrándose en la estepa rusa, a U2 sumergiéndose
en las frías aguas de la ciencia bíblica. Aquellos Estudios sobre historia
de la tradición estaban dedicados en partes iguales a las dos grandes obras
históricas de la Biblia, la Deuteronomista y la Cronista. La primera parte, la
que ahora nos interesa, suponía una auténtica novedad en la interpretación de
los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes.
Desde el siglo XIX se venían
defendiendo dos posturas principales sobre la formación de estos libros:
— Unos autores se inclinaban
a pensar que cada uno de ellos había surgido independientemente de los otros.
Sólo más tarde, hacia el año 622, con motivo de la reforma de Josías, fueron
unidos y reelaborados por el círculo Deuteronomista. A esta reelaboración debió
seguir una segunda, en tiempos del exilio, con pequeños cambios y adiciones.
— Otros —como los famosos
Eissfeldt y Hölscher— pensaban que los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes
son continuación de las fuentes del Pentateuco: Yavista (J), Elohísta (E), a la
que Eissfeldt añade también su fuente Laica (L). Estos documentos, que
comenzaban con la creación del mundo o con Abrahán, no terminaban con la muerte
de Moisés; también contaban lo ocurrido en siglos posteriores. La verdad es que
no se ponían de acuerdo. Según unos, esas fuentes del Pentateuco terminan en
Josué, y hablan en consecuencia de una historia en seis libros (Hexateuco: Gn
Ex Lv Nm Dt Jos); otros las prolongan hasta Jueces, y hablan de siete libros
(Heptateuco); los que las extienden hasta Samuel, de ocho (Octoteuco); y
quienes admiten unidad desde Génesis hasta Reyes, hablan de nueve libros
(Eneateuco). En cualquier caso, la mayoría de estos autores piensa que las
fuentes J, E (y L), después de haber sido fundidas en una sola, fueron
retocadas por la escuela literaria y teológica inspirada en el Deuteronomio.
En este contexto se advierte
la novedad de la postura de Noth. Para él, antes del exilio no existían libros
independientes, ni tampoco documentos al estilo de J y E que hablasen sobre el
largo período que va desde los jueces a la monarquía. Sólo existían fragmentos
aislados y pequeñas obras (por eso se la conoce como “hipótesis de los
fragmentos”), que un autor exílico utilizó para componer su historia, la
“historia Deuteronomista”.
Al estudiar el bloque Josué-Reyes,
habría que distinguir:
— tradiciones recogidas por
el autor Deuteronomista sin reelaborarlas;
— fragmentos o versos
reelaborados por el Deuteronomista;
— fragmentos originales del
Deuteronomio;
— fragmentos añadidos
después de que el autor terminó su obra.
Una clasificación exacta de
estos diversos materiales puede verse en el artículo de Radjawane, 184-186.
Para no acumular datos demasiado minuciosos, nos limitaremos a los esenciales.
a) Entre las tradiciones recogidas por el Deuteronomista
sin reelaborarlas se encuentran:
— gran parte del Dt
(4,40-30,20);
— relatos de la conquista
(Jos 2-11);
— narraciones sobre diversos
“jueces” (Jue 3,7-12,15, exceptuando algunos versos procedentes del Dtr);
— infancia de Samuel (1 Sm
l,l-4,1a, excluyendo 2,25b.34-35);
— historia del arca (1 Sm
4,1b-7,1);
— tradiciones de Saúl y
David (1 Sm 9,1-10,16; 10,27b-11,15);
— continuación de Saúl-David
y tradiciones de David (1 Sm 13 hasta 2 Sm 20; 1 Re 1-2);
— historia de Salomón (1 Re
3-11, exceptuando algunos pasajes y versos);
— tradiciones proféticas y
datos sobre los reyes de Israel y Judá. Entre ellos tienen especial importancia
los relatos sobre Elías y Eliseo, la revolución de Jehú (2 Re 9-10), la
intervención de Isaías durante el asedio de Jerusalén por Senaquerib (2 Re
18,17-20,19), el relato del hallazgo del libro
de la ley (2 Re 22,3-23,3).
(Hasta el momento en el que
el Deuteronomista recogió este material las diversas tradiciones habían tenido
vida propia, con un enfoque e intención a veces distinta del que pretendió
nuestro autor).
b) Entre los fragmentos o versos reelaborados por el Deuteronomista
me limito a indicar 1 Sm 12,1-25 (dirigido actualmente contra la
monarquía), 1 Re 2,2-4,27b (reelaboración de las consignas de David a Salomón
en su lecho de muerte) y 1 Re 4,1-5,8 (lista de los empleados de Salomón).
e) Pero el autor Deuteronomista
no se limitó a recoger antiguas tradiciones o a reelaborar algunos fragmentos.
Según Noth, completó este material con datos propios. Por ejemplo, al comienzo
del Dt (1,1-3,29 y diversos pasajes del c. 4), y al final del mismo libro (en
los c. 31 y 34). Diferentes capítulos o episodios en Josué (1,1-6.10-18;12;23),
Jueces (2,6-16.18.19; 3,7-11.12-15a; 6,30-35; 10,6-16, etc.), Samuel (1 Sm
12,1-25, etc.), Reyes (1 Re 8,14-66; 11,1-13.41-43; 2 Re 17,7-33a.41; 21,2-16;
25,1-26, etc.). Sin embargo, lo más importante no es que el Deuteronomista
completase el material anterior con nuevos datos e interpretaciones. Llevó a
cabo una auténtica labor de composición, engarzando coherentemente los
elementos previos y dando al conjunto un sello muy personal.
d) Con su labor no quedaron
terminados definitivamente los libros de Josué-Reyes. Más tarde se añadieron otros textos.
— canto y bendiciones de
Moisés (Dt 32 y 33);
— reparto de la tierra (Jos
13-22);
— alianza en Siquén (Jos
24);
— primera introducción a
Jueces (Jue 1,1-2,5);
— historia de Sansón y
apéndices (Jue 13,2-21,25);
— apéndices sobre David (2
Sm 21-24).
En resumen, los puntos más
revolucionarios de la teoría de Noth son los siguientes:
— La historia Deuteronomista
es obra de un solo autor, no de una escuela.
— Este autor vivió y trabajó
en tiempos del exilio, redactando su obra en la provincia de Samaría, cerca de
Mispá y Betel, no en Babilonia, como pensaban otros comentaristas.
— La historia Deuteronomista
representa el primer intento serio de historiografía dentro de Israel; antes
del exilio no existió una producción de este carácter, sino simples intentos
más o menos logrados. Esto va contra la opinión tan divulgada de que la
historiografía comienza en Israel durante el apogeo político-cultural de David
y, sobre todo, de Salomón (siglo X).
— Esta obra histórica
comenzaba con una gran introducción teológica, el libro del Deuteronomio, que
ofrecía las claves de interpretación y valoración de la historia: fe en un solo
Dios y aceptación de un solo lugar de culto. Más tarde, el Dt quedó separado de
Josué-Reyes. Pero su función originaria no era la de cerrar los cuatro primeros
libros de la Biblia (Tetrateuco), sino la de abrir teológicamente los
siguientes.
¿Qué pretendió este judío
del siglo VI con su enorme trabajo? La respuesta de Noth es terriblemente
pesimista:
“El Deuteronomista no ha
escrito su obra para aliviar el tedio o satisfacer el interés por la historia
nacional, sino para adoctrinar sobre el sentido genuino de la historia de
Israel, desde la conquista de la tierra hasta la desaparición del antiguo
Estado; y este sentido se resume para él en el reconocimiento de que Dios ha
actuado palpablemente en esta historia, al responder con exhortaciones y
castigos a las deficiencias constantes y crecientes; y, finalmente, cuando
aquellas se revelaron inútiles, con la destrucción total” (o. c., 100).
Desde la perspectiva del
exilio, cuando Judá lo ha perdido todo (tierra, templo, rey, libertad), la
palabra del Deuteronomista es escueta y tajante: todo esto es consecuencia de
nuestros pecados y sólo cabe aceptar el castigo de Dios. No queda esperanza
para el futuro.
REACCIONES A LA TEORÍA DE
NOTH
Es natural que la teoría de
Noth no encontrase aceptación plena, ni siquiera parcial, entre todos los
comentaristas. Algunos, como Jepsen, Engnell o Boecker, la aprueban y defienden
con nuevos argumentos. Otros, como Hölscher, Eissfeldt y Von Rad, la rechazan.
No faltan quienes aceptan ciertos puntos y rechazan otros. Sería absurdo
introducirse en la maraña de argumentos en favor y en contra. Me limitaré a
indicar por dónde se ha orientado la investigación con respecto a tres temas:
elementos previos, unidad de la obra y finalidad. El último aspecto es el más
importante.
CON RESPECTO A LOS ELEMENTOS
PREVIOS
La idea de que los deuteronomistas
utilizaron “fragmentos” previos la admiten muchos autores actuales. Gran parte
de la investigación de los últimos años se ha centrado en el estudio de esos
fragmentos: historia del arca, subida de David al trono, historia de la
sucesión, tradiciones de Elías y Eliseo, etc. Pero conviene advertir que
algunos autores abandonan la hipótesis de los fragmentos para inclinarse por la
de documentos. No se refieren a los documentos clásicos, J y E, sino a una
especie de “historias predeuteronomistas” de diversa extensión y origen.
Por citar uno de los casos
más recientes, Campbell descubre en los libros de Samuel y en los diez primeros
capítulos de 1 Re un documento del siglo IX, de origen profético, centrado en
el importante período que va desde los orígenes de la monarquía hasta la
división del reino.
En el fondo, este hecho no
modifica seriamente la teoría de Noth. El lo habría aceptado tranquilamente. Lo
que no admite es que los documentos clásicos (Yavista y Elohísta) continúen en
Josué.
CON RESPECTO A LA UNIDAD DE
LA OBRA
La situación actual dista
mucho de ser la concebida por Noth. Este veía la Historia Deuteronomista como
una obra unitaria, compuesta por un solo autor (aun reconociendo que más tarde
se añadieron bastantes capítulos). Hoy día, la idea de una sola edición y un
solo autor se encuentra casi descartada. Más bien se elige uno de los tres
modelos siguientes:
a)
Dos ediciones, una preexílica y otra exílica
El principal representante
de esta teoría es Frank Moore Cross, en su artículo Los temas del libro de los Reyes y la estructura de la historia Dtr.
Le siguen sus discípulos Nelson y Friedman, y están también muy de acuerdo con
él Cortese y Helga Weippert.
Cross coincide con Noth en
la existencia de fragmentos previos, pero no acepta que la redacción final de
la obra la llevase a cabo un solo autor y durante el destierro. Para Cross, en
la historia Dtr se advierten tres hechos extraños, que requieren explicación:
— Cuando Jerusalén cae en
manos de los babilonios, no encontramos una reflexión teológica a propósito de
esta terrible desgracia. Resulta muy raro, sobre todo si recordamos la extensa
digresión del autor Dtr después de la caída de Samaría (2 Re 17).
— Durante el reinado de
Manasés, Dios condena a Judá totalmente por culpa de los pecados de este rey.
Sin embargo, el reinado de su nieto, Josías, es visto con gran optimismo.
Supone un anticlímax en esa historia que camina hacia su final.
— Si situásemos la historia
Dtr en el destierro (como pretende Noth), contrastaría poderosamente con las
otras obras de esta época (el escrito Sacerdotal, Deuteroisaías, etc.), ya que
le falta la profunda esperanza que se respira en estas últimas. La mejor forma
—o la única— de explicar estos hechos es admitir dos ediciones distintas: una
anterior al destierro, durante el reinado de Josías, y otra en el exilio. La
primera edición se caracteriza por un marcado acento de propaganda
religioso-política, invitando a la conversión a Judá, pero también a las tribus
del norte, con vistas a restaurar el antiguo reino davídico. La segunda
edición, de tono pesimista, se limita a justificar la catástrofe.
También Provan es partidario
de dos ediciones, una preexílica y otra exílica. Pero, a diferencia de Cross, y
para soslayar las objeciones que se le hacen, defiende que la edición
preexílica, de finales del siglo VII, era simplemente una historia de la
monarquía desde sus orígenes —suprimiendo los pasajes antimonárquicos— hasta
Ezequías. En la edición del exilio es cuando se añadieron los libros de
Deuteronomio, Josué y Jueces.
b)
Tres ediciones, todas exílicas o postexílicas
Mientras Noth trabajaba en
sus Estudios, Alfred Jepsen se dedicaba también a estudiar las fuentes de los
libros de los Reyes. La guerra le impidió publicar sus resultados, que no
aparecieron hasta 1951. Propiamente, esta obra no puede ser interpretada como
reacción al estudio de Noth, ya que desconocía sus resultados.
Jepsen concibe la formación
de la obra del modo siguiente. Existían dos documentos principales: 1) una
crónica que abarcaba hasta el reinado de Ezequías (finales del siglo VIII), a
la que da la sigla S; 2) unos anales sobre el templo y el culto, quizá de la
época de Manasés (primera mitad del siglo VII), que denomina con la sigla A.
Estos dos documentos independientes
fueron unidos hacia el año 580 por un primer redactor sacerdotal (RI), que les
añade un comentario crítico sobre la historia del culto y exige un culto
adecuado. Esta sería la primera edición, preexílica.
Hacia el año 550, un segundo
redactor, de mentalidad profética (RII), añade a la obra numerosos capítulos
(la historia de la sucesión, leyendas de Isaías, tradiciones sobre profetas,
tradición benjaminita sobre la conquista y la época premonárquica). De este
modo, la obra crece enormemente, hasta duplicar las dimensiones de la anterior.
Pero lo más importante es que este segundo redactor da especial relieve a
cuatro ideas teológicas (elección, ley, apostasía, castigo) y convierte toda su
obra en un llamamiento a la conversión.
A finales del siglo VI, un
tercer redactor, levita (RIII), hace pequeños añadidos para justificar las
pretensiones de sus hermanos.
La teoría de tres
redacciones exílicas también la defiende Rudolph Smend. Sus ideas, simplemente
esbozadas en el artículo de 1971, las han seguido y profundizado sus discípulos
Dietrich y Veijola.
En su artículo de 1971
advierte Smend que ciertos pasajes de los libros de Josué (1,7-9; 13,1-6; 23) y
Jueces (2,17.20s.23) consideran que la conquista de la tierra todavía no está
terminada. Piensa que dichos pasajes son complementos a la historia Dtr, y da a
este estrato el título de nomista (DtrN), dado el interés de su autor
por la ley. Sugiere que sería interesante seguir estudiando el tema.
Es lo que hace su discípulo
Walter Dietrich, que se aplica al estudio del libro de los Reyes desde esta
perspectiva, y encuentra otro estrato Dtr, al que denomina DtrP por el amor de
su autor a las tradiciones proféticas. Con esto tenemos ya tres estratos, que
Dietrich data entre los años 580 y 560. La idea de conjunto es como sigue:
Poco antes de la caída de
Jerusalén se escribe una primera obra narrativa. Su autor (DtrH) es un
historiógrafo, que termina en 2 Re 25,1-21 y pretende explicar la catástrofe de
Judá y Jerusalén, ofrecer una “etiología del punto cero”. Poco después del
exilio, DtrP añade las leyendas proféticas que ha ido elaborando y otros
complementos. Para este autor, lo importante es interpretar los relatos
anteriores como el campo de actuación de la palabra profética. Finalmente, hacia
el 561 actúa DtrN, que comenta los hechos desde un punto de vista legal. Añade
un nuevo final (2 Re 25,22-30), que da a la obra un toque de esperanza.
Veijola, otro discípulo de
Smend, persigue los tres estratos en los libros de Samuel. Naturalmente, los
encuentra (las tesis doctorales son capaces de demostrar cualquier cosa), y
advierte que cada uno de ellos tiene su propia imagen de David. DtrH,
partidario de la monarquía, presenta a David como un buen siervo de Dios y lo
glorifica como padre de una dinastía eterna. DtrP, escéptico ante los reyes,
presenta a David como un hombre pecador y culpable. DtrN intenta conciliar
estas posturas opuestas. Comparte con P una actitud crítica ante los reyes,
pero espera con H que la dinastía davídica dure siempre.
Smend, aprovechando los
trabajos de sus discípulos, vuelve sobre el tema en 1978. Su idea actual es la
siguiente:
DtrH, basándose en diversas
fuentes, escribió una historia que empezaba en Dt 1,1 y terminaba en 2 Re 25,30
(en esto corrige a Dietrich, que ponía el final en 25,21). Esta obra presupone
la liberación de Jeconías, y no pudo surgir antes del 550.
DtrP introdujo en los libros
de Samuel y Reyes una serie de narraciones proféticas y estructuró el curso de
la historia de acuerdo con el esquema de “vaticinio— cumplimiento”.
DtrN comentó ambas
redacciones aplicando su criterio, inspirado en las leyes deuteronómicas. Este
resultado final es el que podemos llamar “Obra histórica Dtr”. Pero las huellas
de DtrN se extienden hasta el Tetrateuco. Por eso, es posible que DtrN sea el
que unió el Tetrateuco y la historia Dtr, formando una gran obra literaria.
CON RESPECTO A LA FINALIDAD
DE LA OBRA
Noth nos deja con mal sabor
de boca. La historia del Dtr sólo pretende demostrar el justo juicio de Dios,
que castiga los continuos pecados del pueblo. No cabe esperanza para el futuro.
Esta visión ha sido criticada desde distintas perspectivas. Ofrezco tres de las
opiniones más interesantes.
a)
Gerhard von Rad: optimismo mesiánico
Pocos años después de
publicarse la obra de Noth, expresa su punto de vista en un breve pero
importante artículo sobre La teología deuteronomística de la historia en los
libros de los Reyes. Von Rad detecta en la historiografía Dtr una
correspondencia entre la palabra del Señor y la historia, en el sentido de que
la palabra pronunciada por Dios alcanza su meta, se cumple. Este esquema de
“vaticinio - cumplimiento” se encuentra al menos once veces en los libros de
los Reyes, generalmente castigando. Es lo que advertimos en el destino del
Reino Norte (Israel), a causa de unas culpas que arrancan desde el primer rey,
Jeroboán. Pero en el Sur parece no
ocurrir lo mismo. Dios se muestra muy indulgente con Judá. ¿A qué se debe esto?
La respuesta es evidente: “en consideración a David” (Cf. 1 Re 11,13.32.36;
15,4; 2 Re 8,19), idea que se basa en la promesa de Natán (2 Sm 7; ver también
1 Re 2,4; 8,20.25; 9,5) y que impulsa al Dtr a convertir a este rey en un
personaje modelo. De este modo, en la historia Dtr la palabra de Dios actúa de
dos formas: como ley, juzgando y aniquilando; como evangelio, salvando y
perdonando. ¿Cuál de estas dos palabras se impuso al final? La respuesta la
tenemos en la liberación de Jeconías (2 Re 25,27-30). “Este pasaje debe ser
entendido por cualquier lector como una indicación de que los descendientes de
David no habían llegado a un final irrevocable”.
b)
Hans Walter Wolff: llamada a la conversión
Años más tarde, en 1961,
volvía sobre el tema Hans Walter Wolff, en su famoso artículo El kerigma de
la obra histórica deuteronomista. En contra de Noth, no cree que el autor
de la historia Dtr se haya tomado tanta molestia sólo para decir a sus
contemporáneos que todo está terminado. Pero tampoco está de acuerdo con Von
Rad en la interpretación tan optimista de los versos finales (2 Re 25,27-30)
como un mensaje incondicional de salvación. Para Wolff, el Dtr no pretende
destruir la esperanza, ni infundirla incondicionalmente, sino llamar a la
conversión. De hecho, el esquema de toda la obra es el mismo que aparece con
frecuencia en el libro de los Jueces, con sus ciclos de pecado - castigo -
conversión - salvación (Cf. Jue 3,7-9). Aparentemente, este esquema no vuelve a
utilizarse en el resto de la obra. Pero esta impresión es falsa. Toda la época
monárquica, desde Saúl hasta Sedecías, constituye el primer paso (pecado) de un
nuevo ciclo; la destrucción de Jerusalén y el destierro es el segundo
(castigo). El autor pretende que sus contemporáneos den ahora el tercero
(conversión), para que Dios realice el cuarto (salvación). Wolff demuestra que
el verbo “convertirse” aparece en pasajes decisivos como 1 Sm 7,3; 2 Re 17,13;
23,25 y, sobre todo, en el momento capital de la oración de Salomón al dedicar
el templo (1 Re 8,46-53).
c)
Frank Moore Cross: doble finalidad
Quien mantenga la idea de
dos ediciones de la historia Dtr, una preexílica y otra exílica, encontrará un
enfoque bastante adecuado del mensaje en la teoría de Cross. Ciertamente,
debían de estar marcadas por espíritus muy distintos. No es lo mismo escribir
la historia del pueblo en un momento de optimismo y euforia nacional, y hacerlo
cuando todas las esperanzas se han hundido. La primera edición desarrolla dos temas
principales, que podemos sinterizar en estas dos frases: “Este proceder llevó
al pecado a la dinastía de Jeroboán y motivó su destrucción y exterminio de la
tierra” (1 Re 1 3,14). “En consideración a mi siervo David y a Jerusalén, mi
ciudad elegida” (1 Re 11,13). Por
consiguiente, el historiador Dtr contrasta dos temas: el pecado de Jeroboán y
la fidelidad de David, que culmina en Josías. Jeroboán llevó a Israel a la
idolatría y a la destrucción, como habían avisado los profetas. En Josías, que
purificó el templo fundado por David y puso punto final al santuario fundado
por Jeroboán; en Josías, que buscó al Señor de todo corazón, debían cumplirse
las promesas hechas a David. Estos dos temas parecen reflejar dos principios
teológicos, uno procedente de la antigua teología deuteronómica de la alianza,
que considera la destrucción de la dinastía y del pueblo como consecuencia
inevitable de la apostasía, y otro tomado de la ideología regia de Judá: las
eternas promesas hechas a David. De hecho, la yuxtaposición de los dos temas,
amenaza y promesa, proporcionan la plataforma para la reforma de Josías. La
historia Dtr, en la medida en que estos temas reflejan sus principales
intereses, puede ser considerada una obra de propaganda de la reforma de Josías
y un programa imperialista. El documento habla en particular al Norte,
invitando a Israel a volver a Judá y a Jerusalén, único santuario legítimo de
Yavé, afirmando las pretensiones de la antigua dinastía davídica sobre todo
Israel. Y habla también, con igual o más énfasis, a Judá. La restauración de la
antigua grandeza depende de que la nación vuelva a la alianza con Yavé y de que
el rey se entregue de todo corazón a imitar a David, el siervo del Señor”.
Durante el exilio, este
grupo de libros fue reelaborado. La situación había cambiado mucho con respecto
a la época de Josías. La esperanza de volver a los tiempos gloriosos de David
se había desvanecido. El ideal de conversión y de observancia del pacto con
Dios se agotó tras la batalla de Meguido (año 609). Y sobrevino la catástrofe.
Un autor del exilio se sintió obligado a justificar este terrible castigo de
Dios y a sacar las últimas lecciones de la historia. Con este fin reelaboró la
obra anterior. Ante todo, añadió los
datos posteriores al reinado de Josías (2 Re 23,31-25,29) y la noticia de la
muerte de este rey (2 Re 23,29-30).
En segundo lugar, reelaboró ciertos pasajes, sobre todo
el capítulo referente a Manasés (2 Re 21). En los versos 10-15 leemos unas
palabras que, indudablemente, han sido escritas desde la perspectiva del
destierro: “Yo voy a traer sobre Jerusalén y Judá tal catástrofe que, al que la
oiga, le retumbarán los oídos…”. También en otros momentos de la historia se
introdujeron claras referencias al desastre y al exilio; por ejemplo en Dt
4,27-31; 28,36s.63-68; 29,27; 30,1-10; Jos 23,11-13.15s; 1 Sm 12,25; 1 Re 2,4;
6,11-13; 8,25b.46-53; 9,4-9; 2 Re 17,19; 20,17s.
Se trata de retoques
ligeros, pero con un importante cambio de enfoque. La segunda edición, la del
exilio, carece de esperanza. Los textos que hablan de conversión (presuponiendo
con ello el perdón), esos textos en los que se basa Wolff para su teoría, son
prácticamente todos de la primera edición, preexílica.
Con las opiniones de estos
tres autores no quedan agotadas todas las posibilidades. Hay otros muchos
puntos de vista. Pero estas ideas son las más importantes y las que más pueden
ayudarnos a profundizar en la historia Deuteronomista.