LA MORALIDAD DE LOS ACTOS
HUMANOS
La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de
manera deliberada, el hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los actos
humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables
moralmente: son buenos o malos.
La moralidad de los actos humanos depende:
·
Del objeto elegido.
·
Del fin que se busca o la intención.
·
De las circunstancias de la acción.
El objeto, la intención y las circunstancias forman las “fuentes”
o elementos constitutivos de la moralidad de los actos humanos.
EL OBJETO ELEGIDO es un bien hacia el cual
tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto
elegido especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo
reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas
objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal,
atestiguado por la conciencia.
Frente al objeto, LA INTENCIÓN se sitúa del lado del sujeto que
actúa. La intención, por estar ligada a la fuente voluntaria de la acción y por
determinarla en razón del fin, es un elemento esencial en la calificación moral
de la acción. El fin es el término primero de la intención y designa el
objetivo buscado en la acción. La intención es un movimiento de la voluntad
hacia un fin; mira al término del obrar. Apunta al bien esperado de la acción
emprendida. No se limita a la dirección de cada una de nuestras acciones
tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar varias acciones hacia un
mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin último. Por ejemplo,
un servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar al prójimo, pero puede
estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como fin último de todas
nuestras acciones. Una misma acción puede, pues, estar inspirada por varias
intenciones como hacer un servicio para obtener un favor o para satisfacer la
vanidad.
Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni
bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la
maledicencia). El fin no justifica los medios. Así, no se puede justificar la
condena de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el
contrario, una intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte en
malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna).
LAS CIRCUNSTANCIAS, comprendidas en ellas
las consecuencias, son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen
a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por
ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la
responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las
circunstancias no pueden de suyo modificar la calidad moral de los actos; no
pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.
El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto,
del fin y de las circunstancias. Una finalidad mala corrompe la acción, aunque
su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar para ser visto por los
hombres).
El objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto
de todo el acto. Hay comportamientos concretos —como la fornicación— que
siempre es un error elegirlos, porque su elección comporta un desorden de la
voluntad, es decir, un mal moral.
Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos
considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias (ambiente,
presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su marco. Hay
actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de
las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por
ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está
permitido hacer el mal para obtener un bien.
El objeto, la intención y las
circunstancias constituyen las tres “fuentes”; de la moralidad de los actos
humanos.
El objeto elegido especifica moralmente
el acto de la voluntad según que la razón lo reconozca y lo juzgue bueno o
malo.
“No se puede justificar una acción mala
por el hecho de que la intención sea buena” (S. Tomás de Aquino, In duo praecepta caritatis et in decem Legis praecepta expositio, c. 6). El fin no justifica los medios.
El acto moralmente bueno supone a la
vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias.
Hay comportamientos concretos cuya
elección es siempre errada porque esta comporta un desorden de la voluntad, es
decir, un mal moral. No está permitido hacer un mal para obtener un bien.